Considerando la resolución final firmada este fin de semana por los países presentes en Sharm el Sheij, y recordando Glasgow el año pasado, me pregunto si es mejor un fracaso real que uno disfrazado de éxito. Tratar de presentar una conferencia sobre el clima como un éxito, a pesar de las apariencias, equivale a promover la mediocridad.
El año pasado en el último momento, India y China exigieron que se sustituyeran en el texto final las palabras «salir del carbón» por «reducir el carbón». Con lágrimas en los ojos, el Presidente de la COP 26 aceptó para no privar al Reino Unido del éxito político que había soñado. Se hubiese esperado que tuviera el valor de negarse y declarar oficialmente un fracaso. ¡Qué sorpresa habría sido para el mundo! Un llamado a la ambición real, teniendo a la opinión pública como testigo. Los organizadores de las siguientes conferencias nunca más se habrían atrevido a dar por sentado un éxito. Pero ahora es de temer que cada vez sea peor, ya que las partes implicadas entienden que sólo se espera lo mínimo de ellas. Así es como veo la falta de ambición de la COP 27 y me estremece pensar en la COP 28.
Tras un año más de ver cómo se desencadenan los efectos del calentamiento global, los 196 países representados en Sharm El-Sheij, no consiguieron lo más importante: hacer evolucionar el acuerdo de Glasgow en cuanto a medidas para combatir el cambio climático y reducir los combustibles fósiles. Al revés, a pesar de que el objetivo era asumir nuevos compromisos para reducir los combustibles fósiles, estos últimos se reforzaron. No hubo avances en las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC), que son esenciales a nivel operativo.
Nos quedamos con el mismo resultado de Glasgow: «acelerar los esfuerzos para eliminar las centrales eléctricas de carbón sin captura de CO2 y las subvenciones a los combustibles fósiles ineficientes».
India propuso esta vez añadir el petróleo y el gas, muy utilizados en los países desarrollados, al carbón utilizado en los países en desarrollo, para restablecer el equilibrio a su favor. Los países ricos deberían haber puesto su granito de arena, pero no lo hicieron. Por otro lado, los productores de petróleo y gas, que se alían contra el carbón para aumentar su cuota de mercado, lograron evitar ser penalizados.
Lo hemos visto todo. Algunos incluso atacaron el límite de calentamiento de 1,5° para elevarlo a 2°, y así poder reducir sus ambiciones. Los países del G20 elevaron el límite de 1,5º a 20.000 km, pero el riesgo de superarlo en la realidad aumenta cada día. Según el último informe del IPCC, las emisiones mundiales tendrían que reducirse en el 2025 para tener alguna posibilidad de cumplirlo. El acuerdo de Sharm el Sheikh se queda muy corto. A los países que no se ajusten a esta trayectoria se les invita simplemente a reducir sus emisiones para finales de 2023. Las proyecciones nos sitúan actualmente en un sobrecalentamiento de 2,8° y es evidente que la COP 27 no ha hecho nada para protegernos de ello.
Para disfrazar el fracaso de la reducción de emisiones, se habla de un éxito histórico en la reparación de los daños causados por los países industrializados a los países vulnerables. Con una contribución insignificante a las emisiones de carbono en comparación con los países ricos, las naciones del Sur -que son las que sufren más violentamente el impacto del cambio climático- llevan treinta años exigiendo justicia -climática-. La promesa de 100.000 millones de dólares al año en compensaciones ha estado rondando durante varias COPs sin que nadie viera nada de eso. Esta vez, los países vulnerables presionaron para que así lo fuera, negándose desde el principio de la conferencia a votar una agenda que no incluyera este tema. Aunque sigue siendo más una declaración de intenciones que un plan de acción, tras intensas negociaciones, se acordó en la creación de un fondo para pérdidas y daños. Sin embargo, este mismo es un símbolo fuerte porque por primera vez se reconoce la necesidad de ayudar financieramente a los países más vulnerables para poder hacer frente a los daños irreversibles del calentamiento global. Pero incluso esto estuvo muy cerca, ya que China quería contarse entre los países vulnerables, ¡aunque se ha convertido en la segunda economía del mundo!
¿Qué habría que cambiar en el sistema de la COP para que fueran más eficaces? A lo mejor, dejar de centrarse sólo en los problemas que parecen imposibles de resolver sin penalizar el desarrollo económico de los participantes, y poner en cambio todas las soluciones disponibles sobre la mesa. Los debates podrían entonces centrarse en las mejores soluciones para cada país, y en las inversiones rentables que generarían. ¿No es esto más atractivo?
Piccard en la Exposición de Energía Limpia en Pekín. EFE/Wu Hong
(*) Bertrand Piccard, es fundador y presidente de Solar Impulse
Imagen principal: Ilustración de @Visoor para la Viñeta Verde en @efeverde
Pionero, ya en la década del 2000, en considerar la ecología a través del lente de la rentabilidad, Bertrand Piccard esta considerado como un líder de opinión en los temas de innovación y sostenibilidad. Como Presidente de la Fundación Solar Impulse, promueve el crecimiento cualitativo demostrando el potencial económico de las tecnologías limpias. Denunciando lo absurdo de los sistemas contaminantes e ineficientes que aún hoy día se utilizan con demasiada frecuencia, aboga por la modernización del marco legal para facilitar el acceso al mercado de soluciones eficientes. Su voz se escucha en las mayores instituciones, así como las Naciones Unidas, la Comisión Europea, el Foro Económico Mundial entre otros y su compromiso le ha valido varios nombramientos, como el de Campeón de la Tierra y el de Embajador de Buena Voluntad de las Naciones Unidas.
Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena, director de Medio Ambiente y Ciencia en EFEnoticias y EFEverde
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