Por Mimoza Dhima.- El parque nacional Divjaka-Karavasta, que acoge uno de los humedales protegidos más grandes de la ruta migratoria europea de aves acuáticas, está sufriendo las consecuencias del calentamiento climático, la intervención humana y la pesca descontrolada.
Situado en la costa suroccidental del mar Adriático, este vasto territorio de 222 kilómetros cuadrados y de una gran biodiversidad, con lagunas, ríos, pinares, colinas y dunas, es el hogar de 260 especies de aves como los raros pelícanos dálmatas, flamencos, cormoranes, garzas, gansos y golondrinas de mar.
«Las aves migratorias vienen ya muy tarde o en cantidades menores porque las temperaturas en invierno en los países donde se reproducen como Alemania, Suecia y Rusia son aceptables para ellas y así no necesitan desplazarse», explica a Efeverde Ardian Koçi, director del parque.
Inviernos más suaves de lo normal
Este invierno llegaron a este humedal, incluido en la lista Ramsar de importancia internacional y en la red Esmeralda, unas 25.000 aves, frente a las 36.000 del año pasado y las 42.000 de 2020, según un censo internacional de aves acuáticas.
Entre los pájaros migratorios que faltaron en masa en la laguna de Karavasta, la mayor del país, había varias especies de gansos que se reproducen en los países nórdicos y Rusia y que vivieron un invierno más suave de lo normal.
No obstante, la cantidad de las aves migratorias depende también de la calidad de las aguas y del alimento que encuentran en la naturaleza, señala Koçi.
Según los expertos, este año se ha retrasado el período de anidación de los pelícanos dálmatas, una especia protegida por estar en peligro de extinción, de principios a finales de enero debido al inicio tardío del invierno.
El pelícano crispado de alas gigantes de unos 3 metros tuvo que hacer frente a la gripe aviar, y aunque solo murieron 3 ejemplares tan solo nacieron 3 polluelos de unas 80 parejas reproductoras que anidan en una diminuta isla en el medio de la laguna.
Más fenómenos atmosféricos
Las consecuencias del cambio climático son más visibles en los fenómenos atmosféricos, según aseguran los empleados de la agencia nacional de las zonas protegidas que cuidan el parque.
Ya es frecuente que 2 a 3 veces al año, en verano, se produzcan lluvias torrenciales repentinas que acompañadas de fuertes vientos provocan grandes daños en el bosque arrancando pinos de 200 años de edad.
La mano del hombre
Estos daños causados por los fenómenos naturales se suman a los de los seres humanos.
La bonificación en los años 1950-1970 para ganar tierras de cultivo, la construcción de diques para evitar el desbordamiento de los ríos Shkumbin y Seman y de unas 7 a 8 presas que acumulan las aguas dulces de los ríos en las colinas de Divjaka han impedido que se renueve y refresque el agua de la laguna con agua dulce.
La única agua que entra es del mar que también encuentra dificultades para penetrar ya que los tres canales comunicadores casi están bloqueados por los aluviones de los ríos.
En verano el agua en los humedales es más salada que la del mar por la alta evaporación, lo que eleva los niveles de dióxido de carbono causando la muerte de organismos, lamenta Koçi.
Además, el ecosistema del parque está seriamente amenazado por la construcción del mayor aeropuerto internacional cerca de otra área protegida Vjose-Narte, al sur de Karavasta, por un consorcio suizo-turco que invertirá unos 100 millones de euros.
A esto se suma la pesca descontrolada que reduce la cantidad de peces en la laguna que deben lidiar con las redes de unos 300 pescadores y hace unos años con los devoradores cangrejos azules, una especie invasora proveniente del continente americano.
De todas formas, el parque de Divjaka-Karavasta sigue atrayendo a los amantes de la naturaleza y la ornitología, ya que el número de turistas ha ido creciendo de 260.000 en 2015 a casi medio millón en 2019, y más de 468.000 en 2021, en plena pandemia. EFEverde
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