• 04/05/2024 07:37

Yo fui el periodista al que Lady Di le pidió que le presentara al enviado de la revista ¡Hola! y se lo presenté

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«¿Son ustedes periodistas españoles?», nos preguntó a mi amigo, colega y compadre, Carlos Bonet, entonces corresponsal de una agencia de noticias especializada, y a mí mismo, que, en aquel tiempo, era corresponsal en Londres del ahora desaparecido Grupo 16 (Diario 16, Cambio 16 y Motor 16).

Le contestamos que sí, que éramos españoles. «Quisiera conocer al periodista de ¡Hola! ¿Me pueden ayudar?», añadió.

Realmente no había un periodista de ¡Hola! sino un fotógrafo.

Era un hombre bajito, muy delgado, puro nervio; muy eficaz en el manejo de las cámaras analógicas del momento. No hablaba ni papa de inglés pero, una vez encontrado y llevado a su presencia, Lady Diana Spencer, Lady Di, le dirigió la sonrisa más encantadora de su elenco personal.

Con caída, incluida, de ojos.

«Me gusta mucho ‘¡Hola!’, ¿sabe? La veo todas las semanas. Las fotos son muy bonitas. Felicite a su director de su parte», le tradujimos mi amigo y yo.

La utilización del verbo ver en vez de leer y la ausencia de esfuerzo alguno por pronunciar alguna frase española o alguna palabra nos condujo a la conclusión de que, efectivamente, veía el ‘¡Hola!’ porque no sabía nada de español.

La cara que puso el compañero fotógrafo fue todo un poema: Una mezcla de incomodidad manifiesta –’¿queréis decirme que hago yo aquí, hablando con esta princesa?’ y de puro halago –’cuando se lo cuente a mi jefe…’–, parecía decir expresar.

No siempre una princesa de Gales manda a buscar a un fotógrafo para hacerle un cumplido como ese en público.

Vimos que Lady Di tenía mucho interés en hacerle más preguntas pero el hombre se sentía como un pulpo en un garaje.

Después del cumplido la conversación se fue a pique en cuestión de segundos. Lo suyo era hacer fotos –muy buenas, por cierto–, no socializar. Eso era cosa de plumillas. Es decir, de nosotros.

Lady Di, por su parte, tampoco tenía mucho más recorrido, siento decirlo. Aunque hablábamos su idioma y estábamos duchos en mantener conversaciones insustanciales, si era preciso y necesario, aquella conversación no dio para más.

A toro pasado, el desenlace, su divorcio de Carlos de Inglaterra, fue lo lógico que ocurriera. Pertenecían a planetas y especies diferentes. El matrimonio no tenía nada que ver.

La cuarta temporada de la serie «The Crown» lo cuenta con todo lujo de detalles. Muchos más de los que, en aquel momento, solía relatar de forma periódica desde las páginas de Diario 16.

Camila Parker Bowles terminó imponiéndose en el corazón del príncipe de Gales. Lo que, de alguna forma, también debió dar que pensar a nuestros Reyes a la hora de permitir que el entonces príncipe de Asturias eligiera a una persona que no fuera de «sangre azul» como esposa. Sin imposiciones de ningún tipo.

Y acertaron, a la vista de los resultados.

La fallecida reina Isabel II, en lo que, a todas luces, es un reconocimiento público de su error, dejó escrito que a Camila de Cornualles se le reconociera el título de reina consorte. Al César lo que es del César, se podría sintetizar tal decisión.

Camila le ha dado a Carlos III, un hombre sensible donde los haya, la estabilidad personal que necesitaba.

MOMENTOS HISTÓRICOS

Aquellos fueron momentos históricos. Porque fue la primera vez que los Reyes de España visitaban Gran Bretaña desde la restauración monárquica, en 1975. Ocurrió entre el 22 y el 25 de abril de 1986. Fue una visita que organizó muy bien desde Londres el entonces embajador José Joaquín Puig de la Bellacasa.

Fueron recibidos a pie de avión por el entonces príncipe de Gales –hoy Carlos III– y por su esposa, Lady Di. Después, por la reina Isabel II, prima del rey Juan Carlos I, y el príncipe Felipe de Edimburgo, en el castillo de Windsor, donde se alojaron.

Fue una visita a lo grande, con cenas con lo más granado de la sociedad británica. Don Juan Carlos I intervino ante el Parlamento, con mención expresa a Gibraltar incluida, y fue honrado con un doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford.

El colofón fue la cena de gala en la embajada española.

Mientras sucedía la cena en su interior, los corresponsales españoles del momento en Londres, los enviados especiales llegados desde Madrid, periodistas británicos, personalidades de la diplomacia y algunos políticos, fuimos entretenidos con un cóctel en el jardín.

Al acabar la cena las dos casas reales «alternaron», como se decía antiguamente, con nosotros.

Recuerdo que Lady Di tenía mucho calor porque movía la falda hacia arriba, como queriendo insuflar aire a su interior.

Su marido, Carlos de Inglaterra, con la mano derecha medio metida en el bolsillo derecho de su chaqueta, se mostraba accesible y simpático. Sí recuerdo que el nuevo rey Carlos III estaba impresionado con la calidad de los vinos españoles.

Nuestra conversación fue precisamente sobre eso, sobre vinos. Estaba al tanto de los Rioja y de los Rivera del Duero. No conocía otras denominaciones de origen de las que le hablamos, pero tomó buena nota de nuestras sugerencias. Estaba relajado e, incluso, divertido.

Aquel viaje no fue solo histórico porque era la primera vez que la familia real española hacía esa visita. Hacía menos de un año, concretamente el 12 de junio de 1985, que España había entrado en lo que entonces se denominaba Comunidad Económica Europea, ahora rebautizada como Unión Europea.

Todos los españoles que vivíamos en Londres compartíamos la misma sensación.

Aquel viaje fue la constatación de que finalmente nuestro país se había subido al tren de la modernidad. Habíamos conseguido entrar en el club de las naciones democráticas. Habíamos regresado, finalmente, a Europa después de 40 años de dictadura.

Y eso lo palpábamos todos en el ambiente.

Durante aquel cóctel tuvimos ocasión de hablar, como se suele ocurrir en esas situaciones, con unos y con otros, incluyendo al Rey Juan Carlos. Estaba particularmente feliz y dicharachero.

Cuando al finalizar el evento comenzó a sonar el himno español ni se dio cuenta. Tuvo que ser la reina Sofía la que le tiró de la manga para que prestara atención. De inmediato se puso en posición de firmes.

En aquel encuentro tuve la percepción de que ambas casas reales no eran extraños los unos con los otros, como suele ser la impresión generalizada. Fue una visita de estado pero también una visita de familia. Palpé cariño entre unos y otros.

Recordé entonces que una británica, la reina Victoria Eugenia, «Ena» –una Windosor– había sido la esposa de Alfonso XII, es decir, su abuela.

Su madre había sido la reina Victoria, bisabuela de Isabel II. Y bisabuela del Rey Emérito, un Windsor lejano, se mire por donde se mire, pero un Windsor al fin y al cabo.

Por eso, es lógico que don Juan Carlos de Borbón quiera asistir al entierro de su prima Lillybeth, como la llamaban en la intimidad.

¿Quién no comprende esto? Yo sí.


Artículo de CarlosBerbell publicado en https://confilegal.com/20220914-yo-fui-el-periodista-al-que-lady-di-le-pidio-que-le-presentara-al-enviado-de-la-revista-hola-y-lo-hice/