En los últimos 20 años se han producido importantes progresos para avanzar en la agenda ambiental en la región mediterránea aunque todavía no se ha conseguido doblegar algunas de las presiones más apremiantes para el sustento de sus poblaciones como el calentamiento del mar, el aumento de la frecuencia de las olas de calor, la disminución de sus recursos hídricos, la contaminación, la degradación de suelos, las especies invasoras o la sobrepesca.
Igualmente se han hecho progresos en reducir las desigualdades económicas en la región aunque la crisis del COVID 19 ha ralentizado esas mejoras para reducir la brecha.
Para los millones de personas que vivimos a lo largo de la costa mediterránea -y los millones más que la visitan cada año- el Mediterráneo nos sigue evocando belleza, placer, ocio, alimentos e ingresos, cultura e historia.
Sin embargo, ese imaginario colectivo choca con la situación crítica de algunos de los hábitats y ecosistemas en la región causada por nuestros modos de vida y consumo.
Esta grieta es consecuencia de una progresiva banalización de nuestro patrimonio natural, y donde la naturaleza ha dejado de formar parte de la agenda social y económica y de nuestras experiencias más vitales.
No sabemos cuándo será el punto de no retorno del colapso de nuestro ecosistema pero la ciencia nos avisa que más temprano que tarde nos llegará.
El reto de los más de 500 millones de habitantes de la región es en la actualidad lidiar con los efectos del cambio climático y la pérdida de la biodiversidad, al igual que el resto del planeta, pero con el agravante de ser una de las regiones donde la temperatura está aumentando un 20% más rápido que la media mundial según nos indica el último informe del IPCC.
El icónico paisaje mediterráneo nos ha mostrado a lo largo de la historia que el clima, la naturaleza y el bienestar humano están fuertemente interconectados.
Y ahora sabemos que la destrucción de nuestros ecosistemas socaba la capacidad de la naturaleza para regular las emisiones de gases de efecto invernadero y protegerla de los fenómenos meteorológicos extremos.
Por tanto, es ahora cuando más necesitamos que nuestra acción sobre el clima y la naturaleza se alineen en todas las políticas públicas, actividades del sector privado y acciones de los ciudadanos.
Esto requerirá un cambio rápido y profundo en todos los sectores de nuestra economía y todas las organizaciones de conservación como la UICN deberemos hacer un mayor hincapié en comunicar los valores socioeconómicos de la preservación de los ecosistemas del Mediterráneo, revitalizar el diálogo social sobre la conservación de la naturaleza y ampliar la base social para promover un proceso transversal de compromiso donde cualquier persona o institución contribuyan con nuevas ideas en favor de la naturaleza.
En el contexto político mediterráneo tenemos instituciones fuertes y consolidadas como el Convenio de Barcelona, la Unión para el Mediterráneo o la Comisión General de Pesca para el Mediterráneo de FAO, y los gobiernos nacionales, subregionales y locales están avanzando en las agendas ambientales, así como organizaciones de la sociedad civil más maduras y potentes.
Pero necesitamos ser más ambiciosos y acelerar las agendas de acción climática y protección de la biodiversidad y que estas converjan.
Tenemos ahora una gran oportunidad, tenemos el conocimiento y la tecnología para apostar por acciones que aprovechen el poder de la naturaleza y recuperen el conocimiento tradicional de nuestros antepasados y se combinen con los avances tecnológicos.
La protección y restauración de ecosistemas costeros y humedales, la mejora de la gestión y uso de nuestros bosques, la restauración de riberas y recuperación de los cauces naturales de los ríos, el fomento de cadenas alimentarias sostenibles mediante el apoyo a la agroforestería, o el impulso de más espacios verdes y azules en nuestras ciudades y sus entornos son ejemplos de soluciones basadas en la naturaleza.
Protegiendo y recuperando las funciones de los ecosistemas naturales podemos ayudar a prevenir inundaciones y sequías, reducir la degradación ambiental e incrementar la resiliencia de los territorios.
Por otro lado, tenemos que recordar que el agua es nuestro bien más preciado en la región. Los agricultores, las ciudades cada vez más pobladas y consumidoras y el floreciente sector turístico se alimentan de las mismas reservas cada vez más escasas.
Por ello, tenemos que avanzar hacia prácticas agrícolas más sostenibles que tienen que ir de la mano de un consumo más responsable de los ciudadanos.
Y todos estos cambios pasan por la cooperación: cooperación entre sectores económicos, entre instituciones, entre ciudadanos, entre gobiernos.
El Centro de Cooperación del Mediterráneo de UICN cumplen sus primeros 20 años y el eje de nuestro trabajo ha sido impulsar la cooperación como estrategia para promover las mejores políticas y prácticas que contribuyan a la conservación de la naturaleza y gestión sostenible de los recursos naturales en la región.
Y vamos a seguir haciéndolo en esta década llamada a la Acción. Es nuestra responsabilidad y es una oportunidad para todos los que aspiramos a una región más saludable y próspera a través de una transformación económica y social justa y equitativa.
(*) Antonio Troya, director del Centro de Cooperación del Mediterráneo de UICN.
Foto de cabecera: Marta Martínez (@efeverde)
Referencias:
IPCC (2022). Climate Change 2022: Impacts, Adaptation and Vulnerability. Contribution of Working Group II to the Sixth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change. Extraído de https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/
Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena, director de Medio Ambiente y Ciencia en EFEnoticias y EFEverde
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