La inflación sigue desbocada en Estados Unidos, donde los precios subieron un 8,6% en mayo respecto al mismo mes del año pasado, según el dato conocido este viernes. La subida representa un nuevo máximo para los últimos cuarenta años y el mayor quebradero de cabeza para el presidente del país, Joe Biden. Los estadounidenses se enfrentan a precios muy altos y crecientes en productos y servicios esenciales como la gasolina, la comida o los alquileres.
El Gobierno y los analistas esperaban que en mayo empezaran a llegar signos de que la inflación afloja, aunque sea de forma mínima, tras las últimas subidas de tipos de la Reserva Federal. Todo lo contrario: la inflación ha crecido frente al 8,3% de abril y mientras que los precios aquel mes subieron un 0,3% respecto a marzo, ahora lo han hecho en un 1% respecto al mes anterior.
La cara más visible de la inflación está en las gasolineras: la media nacional para el galón de gasolina (3,7 litros) está en 5 dólares, un nivel récord, y en algunas partes del país, en especial en la costa oeste, llega hasta los 10 dólares. No es raro que los estadounidenses tengan que pagar 100 dólares para llenar el depósito, algo desconocido en este país y que enfurece al votante.
La subida más destacada fue la de la energía, con un crecimiento de sus precios del 34,6% respecto a mayo del año pasado, y también la de los alimentos, que subieron en un 11,9%.
Los precios van al alza con fuerza desde comienzos del año pasado, después de muchos meses de tipos bajos y de estímulos monetarios para mantener la actividad económica en medio de la pandemia de Covid-19, cuyas restricciones paralizaron la economía. Pero la recuperación acelerada cuando estas restricciones se relajaron, los desajustes entre oferta y demanda que provocó ese rebote y otros elementos más recientes, como la guerra en Ucrania y su impacto en el suministro energético y de alimento, han desatado una presión inflacionista que de momento no cede.
La evolución de los precios añaden presión a la Reserva Federal, que tiene que evitar un sobrecalentamiento mayor de la primera potencia económica mundial. El pasado mes de mayo, la Fed elevó los tipos en medio punto, la subida más grande de una tacada desde 2000, después de haber aprobado en marzo su primer incremento desde finales de 2018. Se espera que lo vuelva a hacer en su reunión de política monetaria de la semana que viene y también en la de julio. Se espera que haya un total de siete subidas de tipos este año, con la dificultad de que ese encarecimiento del dinero no provoque una temida recesión, una de las consecuencias habituales de la inflación disparada.
Biden ha asegurado que la inflación es su principal prioridad económica y ha aprobado medidas para tratar de aflojarla, como la utilización de parte de las reservas estratégicas de petróleo del país. Es también su principal preocupación política: los demócratas se juegan sus mayorías en las dos cámaras del Congreso en las elecciones de este otoño, y Biden ha tratado de vincular la inflación con la guerra de Ucrania: la califica como «la subida de precios de Putin». Todo eso no ha evitado que los índices de aprobación de Biden se hayan hundido y que las perspectivas para sus aliados demócratas en las elecciones sean cada vez peores.
