En las costas francesas, las subidas y bajadas de las mareas no dependen de la Luna sino del champán. Es la Segunda Guerra Mundial. El corresponsal de guerra británico, Vaughan-Thomas, desembarcó en la Côte d’Azur, en el sur galo. “Hemos disparado una tremenda cortina de fuego antes de lanzarnos a la orilla. Esperábamos ser barridos por nidos de ametralladoras”, escribe sorprendido. “Pero ni una sola bala silbó sobre nosotros: los alemanes se habían retirado y en su lugar, un francés, inmaculadamente vestido, avanzó, surgido de entre el polvo de la guerra. Llevaba una bandeja con un magnum de champán y diez copas. “Bienvenidos caballeros”, saludó resplandeciente. “Pero si me permiten una pequeña crítica, debo decirles que llegan con cuatro años de retraso”.