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‘¡Silencio!’, un manifiesto decrecentista que apuesta por la pausa en tiempos de ruido

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Este mes de agosto, EFEverde recomienda: ¡Silencio!, de Pedro Bravo

Por Marta Montojo

Madrid, 17 ago (EFE).- Contra la contaminación acústica de las urbes al servicio de los coches, contra la tecnología, contra la prisa, contra la inquietud, contra la adicción al crecimiento económico, contra el individualismo al que conduce a veces la cultura del esfuerzo y del mindfulness que se ha instalado en las sociedades occidentales, contra el narcisismo que aboca a las personas a encerrarse en sí mismas, la mercantilización de la identidad en las redes sociales a través de la “marca personal”, contra toda esa ideología disfrazada de ciencia -la economía- que actúa en detrimento de las comunidades fuertes, analógicas, política y socialmente comprometidas. Contra todo ese ruido -urbano, digital, informativo-, y en defensa de lo opuesto, escribe Pedro Bravo en su último ensayo: ¡Silencio!, que ha editado Debate.

Este manifiesto, que podría considerarse decrecentista, analiza en cerca de 150 páginas las maneras en que el ruido afecta a las personas, de manera tanto individual como colectiva, y propone el silencio como forma de “resistencia”, como “disidencia”. Un silencio que, en todo caso, no es censura. Silencio como propuesta para parar, frenar, reflexionar, algo que en tiempos acelerados y saturados de información, puede ser revolucionario. Bravo reivindica el silencio como pausa, como descanso, pero no como escapismo de la realidad, ni como enajenación de los problemas del mundo.

El autor, que dedicado años a investigar asuntos medioambientales, sociales y culturales, siempre desde una perspectiva crítica con el modelo económico de producción y consumo y desvelando una fascinación personal por el urbanismo, ha publicado otros libros en los que se percibe esta misma mirada: Biciosos (Debate, 2014), sobre movilidad, y Exceso de equipaje (Debate, 2018), sobre turismo.

Ruido urbano

La ciudad es también uno de los protagonistas de ¡Silencio!, pues, argumenta el autor, es allí donde la capacidad de distinguir los matices de los sonidos -algo que sí es posible en un ambiente de naturaleza- se pierde «en medio de una cacofonía que nos enferma y anula la enorme capacidad de aportar información que tiene nuestro sistema auditivo».

“Por desgracia”, señala en su libro, “las ciudades son las naves nodrizas del imperialismo sonoro y económico”.

Bravo habla también del modelo de ciudad inteligentemente conectada, la smart city con la que sueñan planificadores de ayuntamientos de todo el mundo. Pero, advierte recuperando una cita del urbanista y sociólogo Richard Sennett, que “la ciudad inteligente prescriptiva causa daños mentales, entontece a sus ciudadanos”; mientras que “la ciudad inteligente coordinadora estimula mentalmente a la gente al comprometerla en problemas complejos y en diferencias humanas”.

Contra la tecnología

Otro foco de ruido en el que se detiene Bravo es el de las tecnologías que nos distraen y nos aíslan. La tecnología que nos abruma, que nos atrapa con sus estímulos y algoritmos diseñados para que el usuario pase el mayor tiempo posible en la aplicación de su teléfono o tableta.

También carga contra la forma en que estas mismas tecnologías han abrazado la cultura del mindfulness, con aplicaciones como Calm, Headspace o Aura, que emplean los mismos recursos heredados de las teorías conductistas del psicólogo B.F. Skinner, dice Bravo, para supuestamente ayudar a las personas a relajarse (en ocasiones, incluso, con la promesa de volverlas más productivas).

Bravo diferencia el mindfulness de las prácticas de meditación tradicionales, por ejemplo, del budismo: lo primero sería la comercialización o mercantilización de lo segundo.

Entre otras consecuencias de esta cultura de la autoayuda, Bravo rechaza el individualismo que propician los discursos centrados en el “yo” como ente todopoderoso, capaz de determinar sus victorias pero también culpable de sus desgracias; discursos que despejan todo planteamiento político, que anulan toda concepción de responsabilidad colectiva.

“La tecnología al servicio de la economía logra que creamos que somos capaces de estar a la altura si nos dedicamos plenamente a ello y que vayamos despreciando a quienes no logran cumplir con sus exigencias, incluso aunque seamos nosotros mismos. Es como si la vida fuese un tren que va a toda velocidad que, si no podemos alcanzar, nos deja tirados en medio de ninguna parte, en el vacío del fracaso. Tendemos a pensar —nos ayudan a que pensemos— que ese tren no lo pilota nadie, que se mueve de una forma natural porque el progreso es una unidad de destino. No concebimos la existencia de la locomotora y de quienes la guían y eso es tanto una forma de despolitización como una fuente de incremento de nuestra inquietud”, escribe Bravo.

“Si yo soy el protagonista de todo, si yo soy capaz de conseguirlo todo, también yo soy responsable de no lograrlo. Si yo sufro, es porque quiero. Si yo tengo ansiedad, es porque no merezco otra cosa. Si yo estoy deprimido, es porque estoy en mi zona de confort. La soledad es un elemento fundamental y necesario para el silencio, pero es una soledad conectada, consciente. La soledad que impone el sistema es una soledad culpable, causa y efecto del ruido que nos rodea. Una soledad que nos confronta a nosotros mismos y a todos los demás, generando rencor, envidia, desprecio y otras formas de veneno vital”.

«Silencio es disidencia»

En este panorama, frente a un sistema que fomenta la necesidad de ser más productivos, el impulso de consumir más, producir más, tener más, saber más, opinar más, vivir más experiencias, Bravo propone “callarse, parar y no hacer” como manera de “ir a contracorriente de la bulliciosa y acelerada dinámica de nuestra sociedad, pero no del ritmo natural de la existencia”.

No ofrece, por tanto, un catálogo de soluciones, ni una hoja de ruta para acallar el ruido. Y justifica esa pasividad propositiva como un signo de humildad, argumentando que “reconocer la imposibilidad de afrontar como individuos la misión salvadora no es una rendición, sino un corte de mangas a los mecanismos de funcionamiento impuestos”.

“Sin duda, el silencio y la inmovilización impuestas son y han sido siempre formas de opresión del poderoso hacia el débil, ya sea en las relaciones personales, en las sociales, en las económicas o en las políticas. Pero también pueden ser todo lo contrario, sobre todo en tiempos de ruido; un jaleo que es, normalmente, una imposición del sistema diseñada para distraer, adocenar, confundir y, así, reprimir”, sostiene Bravo.
Ante eso, el autor concluye que “hay que callar, observar, escuchar, hay que parar y calmarse”. EFEverde

Mmt
 

 

 

 

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Artículo de efeverde publicado en https://efeverde.com/silencio-manifiesto-pausa-ruido/