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Alessandro Vanoli: «La mayoría del mar es una nada de nadie, o es la nada de los que pueden poseerla, controlarla, militarizarla»

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Por Marta Montojo

Madrid, 11 may (EFE).- “No se puede comprender bien lo que queremos, lo que pensamos, lo que conocemos, si no tenemos en cuenta lo que el mar nos ha podido transmitir”, opina el historiador italiano Alessandro Vanoli, quien incide en que, para proteger los océanos de las amenazas recientes, “no podemos olvidar lo que somos y lo que hemos hecho: un uso salvaje de la naturaleza”.

Pese al papel crucial de los mares en la propia supervivencia humana -producen más de la mitad del oxígeno que respiramos-, y pese a la importancia histórica que han tenido en distintas civilizaciones, es de los océanos y las personas es un vínculo que no resulta tan obvio. Al final, la mayoría de la superficie oceánica es una «nada de nadie», o «la nada de los que pueden poseerla, controlarla, militarizarla», asevera Vanoli en una entrevista con EFEverde.

El historiador ha visitado Madrid para promocionar su último ensayo: ‘Historia del mar. Mito, cultura y ciencia’, que acaba de publicar en español la editorial Ático de los libros. La obra, ganadora del premio literario Melvin Jones, repasa la historia de los océanos desde su formación –a partir de distintos elementos procedentes de residuos de estrellas–, y recorre todos mares del mundo, desde la superficie a las profundidades. Pero el autor elige referirse a ellos como si fueran un sólo mar, porque, explica, “todo está conectado”.

Esto es así, precisa Vanoli, en un sentido geológico, porque todas las corrientes marinas están conectadas, tal y como se constató a raíz del derrame de los “patitos amarillos” en 1992, cuenta. El 10 de enero de ese año, en un fuerte temporal, el carguero ‘Ever Laurel’ perdió doce contenedores en el Pacífico, y uno de ellos contenía cerca de 30.000 juguetes de plástico, sobre todo patitos de goma, que aparecieron hasta años después por todas las costas del mundo. “Los primeros fueron encontrados en las playas de Alaska al cabo de unos meses; los demás tocaron tierra en Sudamérica, Australia e incluso Escocia. Se estableció que tardarían unos tres años en completar el circuito de las corrientes oceánicas. Y, sobre todo, se comprendió que, efectivamente, todos los océanos estaban conectados”, resume en el libro.

Por otro lado, más allá del fenómeno de los patitos amarillos, el historiador argumenta que “hay una conexión hecha por los hombres desde tiempos antiguos que establece que esas corrientes, esos vientos marinos, explican a las personas en muchos sentidos: tecnológicos, culturales, mitológicos…”.

Así, hay una intención clara tras la estructura del ensayo, que intercala relatos de batallas navales, historias sobre el origen de las cartas náuticas y curiosidades sobre civilizaciones marítimas, por ejemplo, con textos de divulgación científica sobre la formación de los mares y su biodiversidad, con leyendas sobre la Atlántida o sobre criaturas fantásticas como las sirenas, así como con pequeñas disertaciones sobre la forma en que esos dos tercios del planeta cubiertos de agua han inspirado a múltiples artistas en disciplinas como la literatura, la música o la pintura a lo largo de los siglos.

Estas 672 páginas que componen ‘Historia del mar’ son el resultado de dos décadas de trabajo dedicadas a profundizar en la conexión entre los humanos y los mares, indica Vanoli.

Del libro se desprende, por ejemplo, que los océanos están, por un lado, muy arraigados a la cultura e identidad de las personas y suscitan en ellas un enorme misticismo, pero, por otro, provocan terror y rechazo, pues en ellos se ha manifestado también la dimensión menos amable de los humanos: desde los piratas -los antiguos corsarios y los contemporáneos, “que son igual de crueles, o más, que los del pasado”, apunta el historiador- hasta los crímenes contra los derechos humanos en la pesca ilegal o en otras actividades que a menudo quedan sumergidas en esa gran laguna jurídica que conforman las aguas internacionales.

“Hablar del mar es hablar de nuestros sueños más profundos”

“El miedo está muy fuertemente atado al sueño”, reflexiona Vanoli. “Hemos olvidado muchísimo de nuestro pasado, de nuestro miedo originario, pero seguimos intentando hallar el sueño. Conocer demasiado es un problema porque te limita más los sueños. Cuando el mar es una cosa que puedes mapear, que puedes conocer, las sirenas desaparecen”, abunda.

También, pese a este vínculo con los mares que tenemos las personas, Vanoli arguye que los océanos aún resultan muy ajenos a la percepción colectiva, en tanto que “sólo podemos concebir lo que vivimos cotidianamente”.

“Cuando pensamos en la vida en el mar, con toda probabilidad nos vienen a la mente los peces, pero estamos muy lejos de comprender lo que en realidad se esconde en esas aguas oscuras. Decir que hay vida en todas partes no basta para comprenderlo. Decir que hay biodiversidad tampoco. Las cifras ayudan, pero, como siempre, son demasiado grandes para precisarlas con exactitud: en los últimos años se han llegado a identificar unas doscientas cincuenta mil especies marinas; y no es tanto esto, sino el hecho de que las estimaciones sugieren que faltan al menos un millón más… Al fin y al cabo, es comprensible: hasta ahora, tan solo se ha explorado el diez por ciento de los océanos. Y si hablamos de la inspección efectiva de los fondos marinos, es incluso peor: ¡nos quedamos en poco más de diez kilómetros cuadrados!”, escribe en ‘Historia del mar’.

Además, los océanos están fuera de casi todas las normas que conocemos en tierra. En Alta Mar, que cubre cerca del 60 % de la superficie oceánica, se calcula que sólo un 1 % está bajo algún tipo de regulación.

En los mares “hay una zona que se puede reconocer como nuestra, tuya, suya”, dice Vanoli en referencia a las aguas jurisdiccionales de los países, “pero lo que pasa atrás, que es la mayoría del mar, es una nada de nadie, o es la nada de los que pueden poseerla, controlarla, militarizarla”.

El ensayo aborda también la posesión del mar, “una idea fuertemente geoestratégica que hoy se utiliza muchísimo, pero que es antigua también”, explica Vanoli, que sitúa la conquista de los océanos en el siglo XVI, posterior a Cristóbal Colón, que es cuando se empieza a percibir el mar como “algo que hay que controlar, en un sentido menos tecnológico y más político”.

La identidad mediterránea

El historiador, natural de Bolonia, cuenta que se ha embarcado muchas veces en travesías, y se reconoce como “un buen mozo y nada más”, “sobre todo, un buen marinero del Mediterráneo”.

Experto en historia mediterránea, Vanoli relata en su libro “la invención del Mediterráneo”, su concepción como unidad geográfica. Hasta el siglo XVIII, el mar, el litoral, “era algo de lo que la gente tendía a huir: un lugar de piratas y aún más de enfermedades, como la malaria”, escribe Vanoli. “Se podía gobernar el mar, se podía navegar por él y explotarlo, pero basar en él la propia identidad quizá era demasiado. La tierra era la patria: el mar, como mucho, la rodeaba”.

Pero en la Ilustración, figuras como Diderot o Buffon empezaron a considerar que el Mediterráneo indicaba pertenencia a un lugar. En el siglo XIX, empezó a estudiarse el “clima mediterráneo” formalmente, y comenzó también a surgir la idea de Mediterráneo como unidad cultural.

“Era una extraña combinación de historia y geografía, decían los eruditos de la época. Estaba el hecho geográfico: que el Mediterráneo era «un mar de conjunción entre las tres masas continentales de Europa, Asia y África, entre los arios, los semitas y los bereberes» y, por tanto, como les gustaba repetir, la «cuna de la civilización»”, sostiene Vanoli en su libro.

La percepción de los países del norte de Europa, arguye Vanoli, fue también muy importante en la construcción de la identidad mediterránea, vinculada también “a la idea del Grand Tour, a la búsqueda de las raíces clásicas, de una raíz antigua que era romana y griega también”. Y todo ello coincidió curiosamente también con la creación de las vacaciones junto al mar, “algo que es mucho más reciente, del siglo XIX”.

Los paisajes que ahora entendemos como típicos de la región -con casas blancas, barcas pequeñas, etcétera- fueron “pintados” a finales de siglo. La concepción mediterránea se construyó, por tanto, para turistas y para locales, “porque la percepción del exterior coincidió al final con una mirada nueva que los que habitaban la costas mediterráneas empezaron a tener de ellos mismos”. “Como pasa siempre con el orientalismo”, matiza Vanoli, “son procesos mezclados”. EFE

 

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Artículo de efeverde publicado en https://efeverde.com/mayoria-mar-nada-nadie-militarizarla/