• 30/06/2024 16:28

Restauración activa y pasiva en el Mar de Alborán: así se evita el declive del coral en el Mediterráneo

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Por Marta Montojo

Almuñécar (Granada)/Nerja (Málaga), 3 jun (EFE).- Por la costa tropical navega a una velocidad de seis nudos el Diosa Maat. Con 14 metros de eslora y un mástil principal de la misma longitud, esta embarcación lleva en cubierta un pequeño aerogenerador y varias placas solares que alimentan la batería. Dos banderas ondean en la popa del velero: una polaca, de conveniencia, y otra, verde, de Ecologistas en Acción. “Nos gustaría llevar la bandera española”, aclara Jorge Ríos, uno de los patrones del barco, “pero la normativa española es muy exigente y nos pedía modificaciones estructurales”.

El Diosa Maat lleva casi 20 años acompañando a esta organización en sus campañas sobre territorios costeros. En 2005, el Juzgado de Instrucción número 4 de la Audiencia Nacional cedió a los activistas el uso del velero, un Kelly Peterson 44 que había sido incautado en una operación contra el narcotráfico en las islas Canarias. Portaba más de 2.000 kilogramos de cocaína en una travesía desde Colombia.

A bordo del Diosa Maat ahora no hay narcotraficantes sino ecologistas preocupados por el futuro de los océanos, por la ocupación urbanística de la costa, por el estado de las especies marinas que habitan este enclave único en biodiversidad: el mar de Alborán.

En este mar, que abarca casi todo el litoral mediterráneo andaluz desde el Estrecho de Gibraltar hasta la costa de Cabo de Gata, confluyen corrientes de características muy diferentes en términos de salinidad, concentración de nutrientes y temperaturas. Ese intercambio de agua del Mediterráneo y del Atlántico genera una biodiversidad muy particular, y hace que el Mar de Alborán sea considerado una unidad biogeográfica en sí misma, explica desde Ecologistas en Acción la científica marina Macarena Molina. Aquí se encuentran tres tipos de fanerógamas: la Posidonia, endémica del Mediterráneo; la Zostera, más típica del Atlántico, y la Cymodocea, que se distribuye por ambos mares. 

En el área se faena con más de 200 tipos de arte de pesca y varios espacios cuentan con algún grado de protección. Al menos, sobre el papel. Uno de esos lugares protegidos es la Zona Especial de Conservación Acantilados y Fondos Marinos de la Punta de la Mona, en el término municipal de Almuñécar (Granada), hogar de peces como el mero, mero lobo y falso abadejo y de especies de coral como el anaranjado y el candelabro.

Corales y salud de los océanos

Pese a su importancia como bioconstructores en el medio marino, los corales son aún “grandes desconocidos”, dicen a menudo los científicos expertos en corales. Suelen aclarar que no son plantas ni rocas, sino animales invertebrados. Ahora muy amenazados por el cambio climático, las especies invasoras y factores humanos como el desarrollo urbanístico -ligado también a la turistificación de la economía-, los corales son muy importantes para la salud de los océanos, pues en sus arrecifes se establece el 25 % de la biodiversidad marina, pese a que sólo ocupan el 1 % de la superficie oceánica. 

“Si perdemos los corales estamos perdiendo un cuarto de las poblaciones de fauna y flora marinas”, advierte la ambientóloga Marina Palacios, directora y cofundadora de Coral Soul. Esta asociación trabaja en varias iniciativas de recuperación de corales en el Mediterráneo. Entre ellas, un proyecto de restauración en profundidad en la Punta de la Mona. Allí, los especialistas de Coral Soul -un equipo de científicos marinos y buceadores técnicos- se sumergen hasta profundidades de 50 metros para reparar los corales dañados por residuos, fuertes corrientes, determinadas artes de pesca o el fondeo incontrolado de embarcaciones, entre otros impactos.

“Todas las especies y organismos que viven en el arrecife dependen de una forma u otra del estado de éste”, subraya Palacios. El arrecife es la base del ecosistema, incide, y por ello “son un motor socioeconómico muy importante”.

Más allá de las actividades de turismo -especialmente el buceo, que si se sobreexplota, advierten, también puede tener consecuencias negativas-, los corales son esenciales para la pesca, apunta Palacios: “Los caladeros dependen de la salud de los arrecifes. Muchas especies de peces utilizan estos estos ecosistemas como zonas de de guardería, ahí se reproducen, se alimentan y se refugian”.

La Punta de la Mona acoge una población de más de mil corales centenarios, algo que fue una sorpresa para los buceadores. Sin embargo, detectaron que el 75 % de ellos sufría “graves impactos”, señala Palacios. La principal amenaza que afectaba al arrecife era la acumulación de residuos, “obviamente de forma accidental”. “No había un plan de gestión incluido en la zona que tuviera en cuenta a todos los sectores y una gran cantidad de residuos se acumulaban en el arrecife”, denuncia la científica marina, natural de Segovia pero afincada desde hace años en La Herradura (Granada). Ella misma impulsó esta iniciativa, llamada “Deep Core Project”, tras constatar que “una población centenaria de corales única en el mundo corría un grave peligro”.

Los residuos fracturaban los corales, generaban en ellos heridas que se infectaban y poco a poco provocaban su muerte, recapitula. Desde 2021, los socios de Coral Soul se han dedicado a investigar la problemática -con ayuda de universidades como la de Sevilla y la de Cádiz-, a retirar esas basuras marinas -tarea para la que se han apoyado también en el barco de Ecologistas en Acción- y a restaurar los corales dañados, sanando las heridas y reinsertando en el arrecife los fragmentos de coral desprendidos. 

Bucear a esas profundidades, además de requerir equipos técnicos costosos, es una operación muy arriesgada, pues exige descompresión mediante la mezcla de gases en la que un desequilibrio puede llegar a ser letal. Además, allí abajo trabajan en un “ambiente hostil”, describe Palacios, “con mala visibilidad muchas veces y grandes corrientes”. 

“Para cuidar de los corales e instalar el programa de recuperación nuestro equipo se ha formado altamente en técnicas muy exigentes de buceo científico y técnico”, afirma, y asegura tomarse “muy en serio” los protocolos de seguridad. Bucear a esa profundidad requiere también tiempo: por cada minuto con los corales tienen que dedicar uno a la descompresión. “Si estamos trabajando una hora tenemos que hacer descompresiones de una hora”, señala.

Los buceadores recogen esos fragmentos de coral desprendidos, “que si no se recogen acabarían muriendo”, aclaran, y los trasladan a unas guarderías que actúan como “hospitales” a entre 30 y 40 metros bajo el agua. Allí desbridan las heridas. A veces tienen que bajar cuatro días por semana para limpiarlas y evitar las infecciones. “Una vez el coral está completamente recuperado, se devuelve al arrecife usando una masilla”. Ahora el 100 % del arrecife de Punta de la Mona está recuperado, celebra Palacios.

Desde el Diosa Maat, Ecologistas en Acción ayuda a veces a los buzos de Coral Soul, especialmente cuando llevan equipo pesado, y también llevan a bordo los residuos que se retiran en las limpiezas marinas -en su mayoría, provenientes de la actividad pesquera-.

El grupo local de Ecologistas en Acción enseña a voluntarios a patronear y tripular el barco, que les sirve para ayudar en estas tareas y en sus campañas de sensibilización sobre la necesidad de proteger los océanos. 

Jorge Ríos, uno de los patrones del velero Diosa Maat, activista en Ecologistas en Acción. EFE/Marta Montojo

En esta mañana de finales de mayo, el cielo está completamente despejado y el mar, como un plato. El velero navega “a la francesa”: a motor, porque no hay suficiente viento, pero con la vela mayor izada, para ayudar a estabilizar la embarcación. 

Al timón, la científica Macarena Molina explica otras de las principales amenazas que sufren los corales del Mar de Alborán.  

Especies invasoras

Una de ellas, que preocupa tanto a pescadores como conservacionistas, es el alga Rugulopteryx okamurae. Esta especie invasora, llegada a aguas españolas desde Japón, está causando estragos especialmente en la zona del Estrecho, “porque se desarrolla a una velocidad tremenda”, apunta Molina. El problema, dice, es que no tiene depredadores, y el aumento de temperatura favorece su desarrollo. Así, en esta región “está siendo un auténtico desastre”.

“Hemos encontrado que ha intentado avanzar hacia el Mediterráneo”, sostiene Molina, pero al toparse con praderas de Posidonia, que son más fuertes, el alga no es capaz de desplazarlas, explica.

En los arrecifes, la Rugulopteryx okamurae coloniza los huecos donde antes hubo corales, que se desprendieron por las corrientes, los fondeos o los residuos. Al invadir ese espacio, el alga impide que los corales puedan volver a su sustrato. 

“Está mermando muchas poblaciones del medio natural y, entre ellas, las de coral”, advierte por su parte David León, coordinador de proyectos en la asociación Hombre y Territorio (HyT), que desde hace 15 años trabaja en la recuperación de corales. 

Hace ocho años que la Rugulopteryx okamurae llegó al litoral andaluz, cuenta. “Empezó a colonizar los fondos marinos y a desplazar a muchas de las especies, entre ellas el coral naranja”, señala también su compañero, Alexis Terrón, director científico del programa MedCoral en HyT. En esta iniciativa, que los especialistas de la asociación llevan a cabo con fondos de Imagin -el programa joven de Caixabank-, construyó el año pasado el primer arrecife artificial de coral naranja de Europa, en el Paraje Natural de Maro-Cerro Gordo, situado en la frontera entre Granada y Málaga. Ahora, HyT está trabajando en un segundo arrecife, en Nerja, que alojará a cerca de 60.000 corales.

Terrón y su equipo se centran exclusivamente en el Astroides calycularis (coral anaranjado), especie endémica del Mediterráneo muy amenazada por el alga japonesa, por la contaminación y por el aumento de temperatura. A diferencia de los corales en profundidad que restaura Coral Soul, el coral naranja se encuentra en aguas más someras, por lo que se ve afectado por el calentamiento del mar que propicia el cambio climático que provocan actividades humanas como, principalmente, la quema de combustibles fósiles.

Tras estudiar sobre qué sustratos conviene instalar los jardines de coral, los buceadores de HyT trasplantan ahí las colonias desprendidas de coral que rescatan -y que, de otro modo, morirían-. Luego hacen una siembra, “una técnica totalmente innovadora de MedCoral”, destacan. Recogen las larvas del coral y las siembran en los jardines situado sobre módulos de hormigón bajo el agua, estructuras viejas construidas hace décadas como elementos disuasorios para evitar la entrada de barcos, entre otros motivos. La idea de la siembra es “potenciar la diversidad genética de la población, y la resiliencia de ésta”, explica Terrón.  

Luna llena de junio

Lo tienen que hacer en unas condiciones muy particulares: en la luna llena de junio.“Aquí en Andalucía y en otras partes del litoral ocurre un evento único en el medio marino, que es la sincronización del coral naranja a la hora de liberar larvas”, aduce el científico. En la luna llena de junio, “y si las condiciones atmosféricas son idóneas”, se sincronizan todas las colonias, “abren los tentáculos y liberan la larva”. “Es un espectáculo que parece de otros mares, pero lo tenemos aquí, muy cerca”, comenta.

El objetivo último de todas estas actuaciones, resume el experto, es “interconectar las poblaciones naturales con estas de los jardines para que puedan seguir proliferando y no se queden colapsadas con el tiempo”.

Restauración pasiva

Más allá de estos proyectos para recuperar los arrecifes, los ambientalistas abogan por lo que se conoce como “restauración pasiva”, que consiste, sencillamente, en no dañar “Proteger lo que tenemos y evitar que continúe la degradación”, sintetizan desde Ecologistas en Acción. “El mar tiene una generosidad abrumadora; cuando dejamos de hacerle daño su respuesta es siempre regenerarse. Lo más importante es dejar de dañarla”, argumenta Molina.

Macarena Molina, científica marina y activista en Ecologistas en Acción, a bordo del Diosa Maat. EFE/Marta Montojo

Con la estrategia Mediterráneo 30×30, un grupo de organizaciones ecologistas pide “un seguimiento riguroso de los planes de gestión” para cumplir los objetivos de conservación y que los espacios protegidos no sean meros “parques de papel”. Según la Estrategia de Biodiversidad de la UE, para 2030 el 30 % de la superficie marina debería estar protegida, y, al menos un tercio de ese área (un 10 % del total), bajo protección estricta.

También reivindican un modelo de gobernanza de estas zonas “de abajo a arriba”, contando con el conocimiento del sector pesquero. “Cuando no había ningún tipo de área marina protegida los que hacían sus propios planes de gestión eran los pescadores. Se ponían de acuerdo para dejar de pescar con un arte o elegir otra especie para que hubiera regeneración de los recursos. Se abandonaban determinados sitios que se creía que se estaban sobreexplotando”, recalca Molina. “Ellos atesoran un conocimiento tradicional y ecológico que es fundamental para llevar con éxito la protección de los espacios marinos”. EFEverde

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