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‘La vida simple’, una lectura para pensar en el «quedarse sostenible»

(origen) efeverde Jun 13, 2024 , , , , , , ,
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La lectura verde recomendada del mes, por Marta Montojo:

‘La vida simple’, del viajero Sylvain Tesson, arranca con un mapa, pero no es un libro de aventuras al uso. El plano retrata el lago Baikal, en Siberia. Allí se instaló el geólogo y explorador francés durante seis meses, alojado en una cabaña en la punta del cabo de los Cedros del Norte, acompañado sólo de sus libros, la escritura y el vodka. Acostumbrado a largas travesías por tierra, el aventurero más famoso de Francia -premiado en 2022 por la Sociedad Geográfica Española- se propuso parar y “vivir como un ermitaño en el fondo de los bosques” antes de cumplir los cuarenta. Lo hizo durante medio año y plasmó en un diario sus experiencias y reflexiones sobre la naturaleza salvaje, sobre la literatura o sobre el ritmo lento a orillas del lago siberiano y el fuerte contraste con las rutinas atropelladas en su París natal.

El resultado fue un éxito en ventas, un libro que en 2011 recibió el premio Médicis de Ensayo y que ya ha sido traducido a al menos once idiomas, explica en la edición de Alfaguara, en castellano.

‘La vida simple’ es una apología de la pausa, una oda a la simplicidad de lo natural. Es una llamada a desconectar del ruido de la sociedad de consumo y conectar con una parte del mundo que se mueve a otra velocidad, a seguir el ejemplo de Tesson y reconciliarse con el tiempo, y a plantearse el sentido del viaje, especialmente en la era de los vuelos low cost y la cultura del desarraigo. Y a preguntarse si quizás, en vez de solo reivindicar una movilidad sostenible, habría que perseguir además un “quedarse sostenible”.

3 de marzo. Escribe Tesson:

“Recuerdo mis travesías a pie en el Himalaya, a caballo en los montes Celestes, en bicicleta, hace tres años, en el desierto de Ustiurt. La alegría, entonces, de alcanzar una cima. La furia asesina por abatir kilómetros. El deseo fatal de avanzar. A veces, iba como un poseído, caminando hasta el delirio, hasta el agotamiento. En el Gobi, me detenía a pasar la noche, me derrumbaba en el sitio de mi último paso y volvía a partir al día siguiente no bien abría los ojos, maquinalmente. Jugaba al lobo; ahora, hago el oso. Quiero echar raíces, volverme parte de la tierra después de haber sido parte del viento. Estaba encadenado a la obsesión del movimiento, drogado de espacio. Corría tras el tiempo, creía que se escondía en el fondo de los horizontes. «Por el vigor del uso, compensar la velocidad de su paso» (Montaigne, Ensayos, III), así era como me acomodaba a su huida.

El hombre libre es dueño del tiempo. El hombre que domina el espacio es apenas poderoso. En la ciudad, los minutos, las horas, los años se nos escapan. Corren desde la llaga del tiempo herido. En la cabaña, el tiempo se calma, se acuesta a nuestros pies como viejo perro amable y, de pronto, ya no sabemos que existe. Soy libre porque mis días lo son.”

Tesson aprovecha los largos días -en los que a ratos también se desespera- para atiborrarse a lecturas, mirar por la ventana lo que pasa ahí afuera cuando la temperatura ronda los 20 o 30 grados bajo cero, y para entablar relación con sus vecinos.

Publicado en Francia en 2011, el ensayo se adelanta a la época donde cualquier escena es susceptible de convertirse en un producto de las redes sociales. Tesson ya reflexiona entonces sobre la utilidad de fotografiar todo aquello que uno ve.

“Pensar que habría que conservarlo en una foto es el mejor modo de matar la intensidad de un momento. Me quedo en la ventana durante una hora, mientras el alba fabrica toneladas de instantes.

La cabaña es la tienda de campaña donde firmé mi armisticio con el tiempo: estoy reconciliado. La menor de las cortesías es dejarlo pasar. De una ventana a otra, y de un vaso a otro, entre las páginas de un libro, bajo los párpados cerrados, la gran maniobra es apartarse para dejarle libre el camino.

Los aguzanieves grises anidan en el ángulo noreste del tejado. Los perros han renunciado a hacerles la guerra.

Sentado a mi mesa, miro morir el hielo. La capa está devastada. La masa está infectada por el agua. Placas negras jaspean la superficie. El lago sufre y no sabe que hay hombres a su cabecera. Soy miembro del ejército de guardianes”.

El escritor intercala además sus reflexiones y relatos cotidianos con análisis sobre literatura y con pensamientos propios del ecologismo. Argumenta, por ejemplo, en favor del decrecimiento económico o defiende la interdependencia entre los distintos elementos de los ecosistemas:

“La vida en cabaña es una lija. Raspa el alma, desnuda el ser, vuelve salvaje el espíritu e hirsuto el cuerpo, pero abre en el fondo del corazón papilas tan sensibles como las esporas. El ermitaño gana en dulzura lo que pierde en civilidad. «Quizás nuestro ancestro era más agradecido ante el placer, más consciente de su dicha, en la proporción en que era menos delicado con el dolor», escribe Bachelard en Psicoanálisis del fuego.

Si quiere garantizar su salud mental, un anacoreta arrojado en un desierto debe habitar el instante. Si empieza a hacer planes, irá hacia la locura. El presente, camisola de protección contra las sirenas del porvenir.

Las nubes de la tarde ponen gorros de algodón a las montañas somnolientas.

Las flores de escaramujo cubren el pie de los árboles de la linde del bosque. Vuelven su corola hacia su dios el Sol. Pienso en la descripción del jardín de la calle Plumet en Los Miserables. Jean Valjean ha dejado crecer la maleza y Hugo hace una profesión de fe panteísta: «Todo trabaja con todo… Entre los seres y las cosas hay relaciones de prodigio… Ningún pensador osaría decir que el perfume de los espinos blancos es inútil a las constelaciones…».

Prolongar la pregunta hugoliana: ¿quién pretendería que la marejada no tiene nada que ver con los sueños del moscardón, que el viento no siente nada al golpear contra el muro, que el alba es insensible a los trinos de los paros?”

mmt

 

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Artículo de efeverde publicado en https://efeverde.com/la-vida-simple-quedarse-sostenible/