La recomendación literaria ambiental de EFEverde de este mes, por Marta Montojo
“Intenté, intento, ser tan porfiado como para seguir creyendo, a pesar de todos los pesares, que nosotros, los humanitos, estamos bastante mal hechos, pero no estamos terminados”. Estas líneas pertenecen al texto ‘Por qué escribo /3’, en el que el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano confía su esperanza en la humanidad. El escrito es un manifiesto contra la neutralidad, y es también un canto a la cooperación entre personas frente a los problemas del mundo. Dice: “Intenté, y sigo intentando, descubrir a las mujeres y a los hombres animados por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, más allá de las fronteras del tiempo y de los mapas, porque ellos mis compatriotas y mis contemporáneos, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido”.
Resulta especialmente refrescante leer esos párrafos en el contexto de crisis ecológica en el que nos encontramos; con una parte de la población aterrada frente a la emergencia climática que se agrava por momentos, con menguantes expectativas de sortear las peores consecuencias del calentamiento global, dada la falta de voluntad política para abandonar un sistema económico adicto a los combustibles fósiles. “Las soluciones técnicas están a nuestro alcance”, repiten los científicos climáticos. El verdadero desafío, lamentan, es político.
En ‘Dignos de ser humanos’, el historiador neerlandés Rutger Bregman aporta algo de esperanza respecto a la capacidad de los humanos de afrontar el problema. Y no lo hace desde una postura naif, negacionista o retardista –al contrario, considera el cambio climático “el mayor reto de nuestro tiempo y nuestra generación” y admite que “cada vez queda menos tiempo para actuar”–, sino desde una revisión de la historia, repasando los acontecimientos que han perfilado esa idea del humano como ser malvado o, en el mejor de los casos, fácilmente corrompible. Bregman defiende lo contrario: cree que las personas, por lo general, son buenas, cooperativas, y que actúan con buena fe incluso cuando no lo sospechamos, en contextos bélicos, por ejemplo, o en situaciones extremas. Así, trata de combatir la creencia, muy extendida entre personas que se dirían cercanas al ecologismo, de que los humanos somos “el virus”, “una plaga” o que merecemos la extinción.
“Soy escéptico cuando oigo que somos profundamente egoístas por naturaleza, o peor aún, que somos una plaga. Soy escéptico cuando tratan de venderme como «realista» esa imagen del hombre. Y soy escéptico cuando alguien afirma que nuestra decadencia es inevitable”, escribe el historiador.
El ensayo, publicado en castellano por la editorial Anagrama, revisita por ejemplo algunos de los estudios que marcaron hitos en el campo de la psicología social y que contribuyeron a la “mala prensa” que tienen las personas.
Uno de ellos es el experimento que el psicólogo Philip Zimbardo condujo en 1971 en la Universidad de Standford (EEUU). En una investagiación, los estudiantes de Zimbardo recrearon las dinámicas de poder en una prisión: unos asumieron el papel de carceleros y otros el de prisioneros. Aquel experimento reveló la brutalidad con la que los falsos guardianes trataron a sus presos, y sirvió para demostrar –y asentar en el imaginario colectivo– la facilidad con que los humanos pueden entregarse a la tiranía con poco más que vestir un uniforme. Sin embargo, una vez se pudo acceder a los archivos del estudio, los investigadores analizaron la metodología y concluyeron que en realidad el experimento de la cárcel de Standford se parecía mucho más a un teatro que a un trabajo científico riguroso.
Bregman también revisa el experimento del psicólogo Stanley Milgram, que tuvo lugar diez años antes del de Zimbardo, y en este caso en la Universidad de Yale (en la costa este de EEUU). Para esta investigación, unos ciudadanos accedieron a dar descargas eléctricas a otras personas que no veían pero escuchaban gritar –supuestos sujetos de un estudio científico, que en realidad no estaban sufriendo daños– hasta el punto de poder provocarles la muerte. Los resultados del experimento fijaron la concepción en la sociedad de que los humanos somos capaces de obedecer órdenes de manera acrítica, hasta niveles potencialmente letales.
Pero ambos estudios, como recoge Bregman en su libro, estaban sesgados y no recibirían ahora la validez científica que se les dio en su momento, cuando el mundo, consternado aún por las brutalidades de la II Guerra Mundial, trataba de explicarse cómo algunos humanos habían sido capaces de provocar atrocidades como el Holocausto nazi, mientras que otros tantos habían permitido que todo aquello sucediese delante de sus ojos.
Son solo varios ejemplos que el ensayo recoge y analiza, con los interrogantes como fieles acompañantes a lo largo del texto. El autor recorre los diferentes momentos que en la historia reciente han reforzado esa idea hobbesiana de que el hombre es malo por naturaleza. Pero lo hace cuestionando también sus propios sesgos como alguien que persigue probar una hipótesis, y guiando al lector a través de sus dudas.
En el contexto de crisis ecológica actual, el historiador recalca que “hay demasiados activistas climáticos que subestiman la capacidad de adaptación del ser humano, y me temo que su cinismo podría ser una profecía que se acabe cumpliendo sola, un nocebo que podría acabar desanimando a todo el mundo y acelerando el calentamiento global”. “El movimiento climático –arguye– también necesita un nuevo realismo”. EFEverde
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