La electrificación transformará la demanda de energía de forma drástica al ser económicamente rentable y energéticamente eficiente, aunque parece que aún no es un reto prioritario para la transición energética.
La energía forma parte de nuestro día a día y es esencial para que llevemos a cabo tareas tan sencillas como calentar nuestro hogar, arrancar el coche o trabajar con el ordenador. Sin embargo, nuestro modo de vida ha estado durante mucho tiempo basado en el consumo de energía que contribuye a la emisión de CO2, uno de los gases de efecto invernadero más perjudiciales en el medio ambiente. En este contexto, cobra especial relevancia el concepto de electrificación que hace referencia al proceso de utilizar la electricidad generada a partir de fuentes de energía renovables —como la eólica, la solar, la hidráulica o la geotérmica— en sustitución de los combustibles fósiles —como el petróleo o el gas natural— para realizar tareas o alimentar sistemas.
Así, por ejemplo, un vehículo eléctrico reduce las emisiones frente al uso de un coche de combustión interna tradicional que utiliza combustibles fósiles como el petróleo para obtener energía. Hasta aquí sencillo.
Pero además, los vehículos eléctricos son de tres a cinco veces más eficientes respecto a aquellos con motores de combustión interna. No requerien la misma cantidad de energía de origen que un coche que funciona con combustible fósil. Es aquí cuando empieza la magia de la electrificación. Cuando cambiamos a un vehículo eléctrico, la cantidad de energía primaria necesaria para conducir hasta el trabajo se reduce considerablemente.
La guerra contra el desperdicio
La drástica reducción de la energía de origen necesaria para conducir un vehículo eléctrico se puede explicar de manera muy simple: el sistema de energía actual basado en combustibles fósiles es ineficiente. Solo un tercio de la energía primaria (de origen) que entra en el sistema energético del vehículo se usa para conducir. Dos tercios se desperdician, desapareciendo en el éter. Al contrario, no es así con el coche eléctrico. Esto se debe a que la electricidad es mucho más eficiente y mucho menos derrochadora.
Siguiendo el ejemplo del coche: al cambiar a un vehículo eléctrico de fuentes renovables, la energía primaria que se requiere para cargarlo equivale al 75% de la energía necesaria para alimentar un coche tradicional. Y esta misma proporción se aplica a casi todo, incluso a las bombillas LED del hogar. Y lo más importante, la experiencia del consumidor no pierde calidad: el coche eléctrico lleva al trabajo de igual manera que uno de motor de combustión interna y la bombilla LED ilumina la cocina como una de filamento alimentada por carbón.
Aplicando el mismo concepto a todos los aspectos de la vida, si cambiásemos todo a electricidad basada en energías renovables, sólo necesitaríamos un tercio de la demanda actual de energía primaria, debido a esa eficiencia.
¿Por qué importa?
Desafortunadamente, incluso organizaciones influyentes como la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) asumen que toda la energía incorporada en los combustibles fósiles que quemamos hoy necesita ser reemplazada por una cantidad equivalente de energía renovable. Y no es así. Esto es a lo que Michael Liebrich y Saul Griffith* se refieren como «la falacia de la energía primaria».
No incluir esta realidad en los modelos económicos tiene efectos perversos, desde una estimación errónea sobre el tiempo necesario para alcanzar las emisiones cero, hasta cómo se debe asignar el capital para abordar el calentamiento global. La electrificación mediante el uso de energía procedente de fuentes renovables es la mejor solución para acelerar la transición energética y la descarbonización, aumentando la eficiencia del consumo total de energía y reduciendo los costes.
En definitiva, si un mundo electrificado requiere sólo un tercio de la demanda de energía de origen actual, a medida que la transición hacia una economía electrificada se acelera, la necesidad de combustibles fósiles debería disminuir exponencialmente. Este es el efecto mágico del volante de la electrificación.
*Saul Griffith es el autor del libro “Electrify: An Optimist’s Playbook for Our Clean Energy Future”. Michael Liebrich es el autor del podcast “Cleaning Up”.
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Por Faris Hamadeh, asesor en impacto social y medioambiental de Portocolom AV.
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