El precio de una porción de pizza es una unidad de medida para cualquier neoyorquino de a pie, un indicador del rumbo de la economía cotidiana. Hablamos de un pedazo de pizza básico, con un par de ingredientes, el bocado que alimenta a diario a cientos de miles de ajetreados urbanitas o sacia el apetito de un noctámbulo. Sin variación durante años, por debajo de los tres dólares, la subida de los costes a consecuencia de la inflación ha disparado su importe por encima de esa barrera psicológica, con pocas excepciones, y la máxima no escrita de que el precio de la porción de pizza no puede superar el del billete de metro. La inflación desbocada (8,3% en tasa interanual en abril; el 8,5% en marzo) ha acabado con esta leyenda urbana, mientras el último se mantiene -gracias a subvenciones- en 2,75 la carrera.