• 01/05/2024 06:31

«Letrado, vaya terminando»

(origen) JulioPicatoste Sep 4, 2022 , , , ,
Tiempo estimado de lectura: 2 minutos, 51 segundos

Un abogado, curtido en pleitos y con muchas horas de toga, me hacía partícipe de su queja y preocupación por la costumbre de algunos jueces de apremiar a los letrados cuando llega la hora de informar ante el tribunal, de manera que, apenas han entrado en materia, se ven pronto interpelados con un inesperado:

– Letrado, vaya terminando.

Hay otros juzgadores con síndrome de “runner” que, antes de que el abogado dé comienzo al alegato final, le avisan:

– Tiene cinco minutos para conclusiones.

Y yo mismo, en los visionados de las apelaciones, he presenciado admonición de semejante jaez para acotar el tiempo de práctica de la prueba testifical.

En el medievo se subordinaba la validez probatoria del testimonio al número de testigos que la ley fijaba (ejemplo: dos como mínimo); y hoy, según uso rotundamente ilegal, se condiciona la práctica de la prueba testifical a la habilidad y superación de un interrogatorio contra reloj.

Acaso tal arbitrariedad que algunos jueces se gastan sea secuela del régimen de memoria cronometrada de que hacen gala esas cavernícolas oposiciones que dan licencia para juzgar.

La lentitud sistémica de la justicia está mal, pero las urgencias de cronómetro se avienen mal con el buen juzgar y son causa de no pocos traspiés. Porque premisa del juzgar es el conocer, y el conocer tiene su tiempo.  

Ni valen las turboaudiencias ni las lecturas en diagonal.

REPROCHES CRUZADOS ENTRE JUECES Y ABOGADOS

Son antiguos los reproches cruzados entre jueces y abogados. Los primeros achacan a los segundos que hablan demasiado; los abogados, por su parte, acusan a los jueces de no prestarles atención ni a lo que alegan en sus escritos ni a lo que dicen en las audiencias.

La generalización de ambas reprobaciones es injusta, sin perjuicio de su verdad ocasional.

Sobre la (des)atención que los jueces prestan a los escritos de los abogados, Calamandrei narra la anécdota de aquel abogado que para comprobar si el juez los leía ponía una gota de goma entre dos páginas del escrito presentado, de modo tal que para leerlas era necesario despegarlas, y comprobaba, después de puesta la sentencia, que las páginas permanecían adheridas.

Y en lo que a las audiencias se refiere, ilustrativos son los cáusticos dibujos de Honoré Daumier (tan sabiamente comentados por Radbruch), verdadera crítica gráfica de la vida forense, entre los que recuerdo una caricatura que representa a un abogado en apasionada perorata ante tres magistrados que, sin disimulo ni recato, sucumben a la modorra incontenible de Morfeo.

Las abruptas admoniciones de los jueces que imponen recortes de tiempo al ejercicio de la defensa incomodan al abogado que siente sobre sus hombros la responsabilidad de la defensa de los intereses que su cliente le ha confiado, y con mayor gravedad si se trata de un asunto penal donde puede estar en juego la libertad de su defendido.

En ese momento final del juicio, la voz del abogado es la voz misma del justiciable, con toda la carga de angustia, de incertidumbre, de lucha por su derecho y por el derecho a ser oído, o mejor, a ser escuchado.

LA ADVERTENCIA DEL JUEZ PUEDE MERMAR EL DERECHO DE DEFENSA

Que esa tensión se vea interrumpida, golpeada, por un frío e inopinado, “vaya terminando” o “le quedan tres minutos”, puede, en ocasiones, causar turbadora contrariedad y, lo que es más grave, mermar el sacrosanto y constitucional derecho de defensa.

Hay demasiada desproporción entre el poder apabullante del Estado, del que el tribunal se halla ungido en ese momento, y el justiciable; la única forma de equilibrar tan monumental y dramática asimetría es el derecho de defensa hecho palabra, derecho cuyo vigor no ha de verse mermado por censura previa de tiempo ni por horma de minutero, antes al contrario, habrá de entenderse con generosidad.

Es cierto que el derecho de defensa se ha ejercido durante todo el proceso mediante alegaciones y pruebas; pero el informe final forma parte del mismo derecho.

Cuando hablamos de valoración de la prueba pensamos en el juez; pero la parte ha de tener ocasión de exponer la suya al tribunal.

En el proceso penal, el acusado tiene derecho a la última palabra. Pero también el abogado lo tiene a su último alegato, compendio y cumbre de su defensa.

Ocurre que entran a veces en colisión dos intereses en conflicto: el de la defensa, que aspira a exprimir sus argumentos y puntos de vista, antes de que el juez quede a solas con el asunto; y, por otra parte, está la apretada agenda del tribunal que le obliga a acumular en la mañana varias vistas.

Trata entonces de contener la verbosidad del abogado.

Pero debe cuidar de que ese límite no sea irrazonable y lesivo para el derecho de defensa.

Creo que el recorte del juez al discurso del abogado ha de ser excepcional y solo en casos muy concretos está justificado; por ejemplo, cuando aquel incurre en reiteraciones innecesarias o se empeña en dar lectura a una sentencia extensa que puede ser obviada con su cita o el discurso se desliza por terrenos ajenos a los fines propios de un alegato final.

Ha de haber un punto de encuentro; pidamos al juez un tanto de comprensión, y al abogado, otro tanto de compresión.


Artículo de JulioPicatoste publicado en https://confilegal.com/20220904-letrado-vaya-terminando/