Cloudflare ha informado este mes de septiembre de la mitigación de un ataque de denegación de servicio distribuido (DDoS) que marcó un nuevo hito: 22,2 terabits por segundo (Tbps) y 10,6 mil millones de paquetes por segundo (Bpps). La cifra no es anecdótica; duplica el récord anterior de 11,5 Tbps y confirma que la escala de este tipo de ofensivas continúa creciendo.

Lo llamativo no fue solo el volumen. El ataque duró apenas 40 segundos, siguiendo la táctica de hit-and-run: ráfagas extremadamente breves y potentes que buscan desbordar las defensas antes de que puedan reaccionar. En este caso, el tráfico se generó desde una botnet masiva, integrada por equipos comprometidos y dispositivos IoT, que lanzó un asalto multivector combinando varias técnicas de saturación.
Cloudflare destacó que la mitigación fue 100 % autónoma. No hubo analistas revisando el tráfico ni intervenciones de emergencia. Los sistemas de detección y respuesta, basados en machine learning, absorbieron la avalancha en el borde de la red y neutralizaron el impacto antes de que llegara al objetivo. En la práctica, esto demuestra un cambio de modelo: los mecanismos manuales de scrubbing o filtrado ya no son viables ante ataques de esta magnitud.
Este tipo de ofensivas dejan claro que la defensa digital no puede depender solo de la reacción humana. La velocidad y escala de los ataques hacen necesario un nivel de automatización y capacidad de red que muchas empresas aún no tienen en sus planes de ciberseguridad.
El aumento de dispositivos conectados y la expansión del 5G anticipan escenarios aún más complejos. Todo apunta a que los ataques hipervolumétricos seguirán ganando terreno. No se trata de preguntarse si ocurrirá de nuevo, sino de asumir que la preparación frente a este tipo de ofensivas será un requisito básico de resiliencia digital.
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