Vera Siesjö, Científica Sénior de One Health, Departamento de Economía, Banco Asiático de Infraestructura (BAII)
Centrar las inversiones en el nexo entre la salud, el cambio climático y la naturaleza podría liberar miles de millones de dólares en financiación adicional procedente de agencias de financiación de la salud y el clima, países afectados por el clima, organizaciones filantrópicas y el sector privado.
El mundo se enfrenta a crisis convergentes: el cambio climático, la degradación de la naturaleza y la inestabilidad de la salud pública. Estas crisis están inextricablemente vinculadas, se amplifican mutuamente y socavan el progreso del desarrollo sostenible.
Hoy en día, más de 3.300 millones de personas ya enfrentan mayores riesgos para la salud debido al cambio climático, y la Organización Mundial de la Salud estima que la morbilidad y la mortalidad generales causadas por desastres naturales intensificados por el clima provocarán 15 millones de muertes adicionales para 2050. Las poblaciones vulnerables de los países de ingresos bajos y medianos (PIBM), a menudo con escasa inversión en infraestructura climática y sanitaria, son las que corren mayor riesgo.
A pesar de ello, los mecanismos de financiación global abordan actualmente estos temas de forma aislada. Los fondos climáticos pasan por alto los beneficios para la salud. La infraestructura sanitaria ignora el riesgo ambiental. Las inversiones en la naturaleza rara vez se vinculan con los resultados para la salud humana.
Financiación fragmentada y riesgo ambiental ignorado
Los modelos de financiación suelen descuidar los determinantes ambientales fundamentales de la salud: aire limpio, agua potable y ecosistemas funcionales. Por ejemplo, los riesgos de pérdida de la naturaleza y la biodiversidad no se tienen suficientemente en cuenta en las evaluaciones existentes de solvencia y sostenibilidad de la deuda. Sin embargo, el impacto de la pérdida de la naturaleza y la biodiversidad en el PIB, las calificaciones crediticias soberanas, los riesgos de sobreendeudamiento y los costos de los intereses es significativo, especialmente para los países en desarrollo vulnerables.
Las inversiones en salud rara vez consideran el riesgo climático o la degradación de los ecosistemas, y la financiación climática o de la naturaleza a menudo omite los resultados de salud pública. Esta fragmentación limita la escala y la eficacia de las intervenciones de infraestructura.
Además, el costo de la inacción es alarmante. En un estudio reciente, se determinó que el costo total de la resistencia a los antimicrobianos (RAM) por año hasta 2050 podría alcanzar los 20.000 millones de dólares en Brasil, los 85.400 millones de dólares en China, los 13.000 millones de dólares en Indonesia y los 82.200 millones de dólares en India. En estos casos, se observó que las intervenciones en materia de agua, saneamiento e higiene (WASH) y de higiene tuvieron un impacto significativo en la reducción de las cargas sanitarias y económicas, lo que pone de relieve la necesidad de un enfoque multisectorial a escala mundial.
La inversión temprana como catalizador
Ante las presiones macroeconómicas que impulsan la desinversión en salud global y la improbable disminución de la demanda de infraestructura sanitaria en las etapas posteriores, la financiación para el clima y la adaptación podría ser la clave para impulsar la inversión en salud en las etapas iniciales.
Asi, en 2023, los bancos multilaterales de desarrollo financiaron proyectos climáticos por valor de 125.000 millones de dólares, más del doble que en 2019. Sin embargo, estudios previos revelaron que solo el 2 % de la financiación para la adaptación y el 0,5 % de la financiación climática multilateral se asigna a proyectos explícitamente centrados en proteger o mejorar la salud humana.
Al considerar los beneficios para la salud de la inversión en clima y naturaleza, podríamos desbloquear miles de millones de dólares en financiación adicional, no solo de los bancos multilaterales de desarrollo, sino también de las agencias de financiación climática, los países afectados por el clima, las organizaciones filantrópicas y el sector privado.
Contaminación atmósferica, un ejemplo
Tomemos como ejemplo la contaminación atmosférica. La exposición a partículas finas es una de las principales causas de enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Los proyectos que sustituyen la energía de carbón por renovables o mejoran el transporte público no solo reducen las emisiones, sino que también mejoran los resultados sanitarios y alivian la carga de los sistemas sanitarios.
De igual manera, las infraestructuras que mitigan el calor, como los bosques urbanos, no solo refrigeran las ciudades y absorben carbono, sino que también reducen las hospitalizaciones durante las olas de calor y mejoran el bienestar mental.
Por eso, la naturaleza es uno de nuestros recursos de salud más vitales. El 40 % de los productos farmacéuticos modernos proviene de fuentes naturales; los polinizadores sustentan aproximadamente un tercio de nuestro suministro mundial de alimentos; los ecosistemas proporcionan filtración natural del agua; y la biodiversidad nos ayuda a protegernos de las enfermedades zoonóticas. Estos beneficios no solo se encuentran actualmente amenazados debido a la crisis climática, sino que también se pasan por alto con demasiada frecuencia como determinantes de una mejor salud mundial.
La infraestructura natural como aliada para la salud
La infraestructura natural, como los manglares, los humedales y los bosques, desempeña un papel fundamental en la protección y la mejora de la vida. Los manglares, por ejemplo, proporcionan protección contra inundaciones, filtran agua, almacenan carbono y contribuyen a la seguridad alimentaria y los medios de vida.
Además, aportan un inmenso valor económico, estimado por el PNUMA entre 33.000 y 57.000 dólares estadounidenses por hectárea al año. Sin embargo, sistemas naturales como estos están desapareciendo a un ritmo alarmante: entre 1980 y 2000, se perdió aproximadamente el 25 % de las áreas de manglares a nivel mundial, y su declive ha continuado desde entonces, y la financiación proactiva para revertir esta situación sigue siendo insignificante.
Un cambio de mentalidad es necesario desde hace tiempo, y este Día Mundial de la Conservación de la Naturaleza es un momento oportuno para reflexionar sobre cómo desarrollamos y conservamos los recursos naturales y la biodiversidad del planeta. Al invertir en infraestructura que considere los beneficios colaterales en salud, clima y naturaleza, podemos liberar miles de millones de dólares en fondos infrautilizados, mejorar los resultados de salud a largo plazo y reducir la carga financiera de los sistemas de salud. Estas inversiones están basadas en la evidencia, son rentables y cada vez más urgentes.
Vera Seisjo
Científica sénior de One Health, Departamento de Economía, Banco Asiático de Infraestructura (BAII)
Cuenta con más de 15 años de experiencia internacional en salud global, planetaria, One Health y desarrollo de sistemas de salud. Antes de incorporarse al AIIB, trabajó en diversas organizaciones, incluyendo asesora de la Agencia Sueca de Desarrollo, oficial sénior de programas en la Alianza para Derrotar las ENT en UNOPS (Ginebra), consultora de sistemas de salud para el Banco Asiático de Desarrollo y directora nacional de ACCESS Health International en Filipinas e Indonesia. En estas organizaciones, dirigió trabajos sobre financiación de la salud, calidad de la atención médica y mejora de procesos, clima y salud, salud digital, atención médica centrada en las personas e investigación de políticas y sistemas de salud. Siesjö también formó parte de la gestión del Centro para la Innovación del Mercado de la Salud y fue una de las primeras gestoras de la Red Conjunta de Aprendizaje para la Cobertura Universal de Salud. Asimismo, cofundó E-Pharma y asesoró a varias startups del sector salud.
Vera fue una de las autoras del informe insignia del BMD, Infraestructura para la Salud Planetaria , y formó parte del equipo que desarrolló el informe anterior del BAII, «La Naturaleza como Infraestructura» . Infraestructura para la Salud Planetaria» que explora los importantes beneficios colaterales para la salud, el clima y la naturaleza del desarrollo de infraestructura sostenible.
A New Playbook for Global Health: Natural Infrastructure
Focusing investments on the nexus between health, climate change and nature could unlock billions of dollars in additional funding from health and climate financing agencies, climate-affected countries, philanthropies and the private sector.
The world is facing converging crises – climate change, nature degradation, and public health instability. They are inextricably linked, amplifying one another and undermining sustainable development progress. Today, over 3.3 billion people are already facing heightened health risks due to climate change, with the World Health Organization Council estimating that overall morbidity and mortality from climate-intensified natural disasters will result in 15 million more deaths by 2050.[1] Vulnerable populations in low- and middle- income countries (LMICs), often with scant investment in climate and health-related infrastructure, are at greatest risk.
Despite this, global financing mechanisms currently approach these issues in silos. Climate funds overlook health benefits. Health infrastructure ignores environmental risk. Investments in nature are rarely tied to human health outcomes.
Environmental Determinants and Funding Gaps
Funding models often neglect the root environmental determinants of health – clean air, safe water, functioning ecosystems. For example, nature and biodiversity loss risks are not sufficiently factored into existing creditworthiness and debt sustainability assessments. However, the impact of nature and biodiversity loss on GDP, sovereign credit ratings, debt distress risks and interest costs are significant, particularly for vulnerable developing countries.
Healthcare investments also rarely consider climate risk or ecosystem degradation, and climate or nature financing often omits public health outcomes. This fragmentation limits the scale and effectiveness of infrastructure interventions.
Moreover, the cost of inaction is staggering. In a recent study, we found the total cost of antimicrobial resistance (AMR) per year up to 2050 could reach USD 20.0 billion in Brazil, USD 85.4 billion in China, USD 13.0 billion in Indonesia USD 82.2 billion in India.[2] In these instances, WASH and hygiene interventions were found to have a significant impact in reducing both the health and economic burdens, highlighting the need for a multi-sector planetary approach.
Climate Finance as a Health Catalyst
With the macroeconomic pressures driving global health divestment and the demand for downstream health infrastructure unlikely to ease soon, climate and adaptation funding could hold the key to unlock upstream health investment. In 2023, multilateral development banks financed USD 125 billion worth of climate projects – more than double the figure for 2019.[3]
Yet previous studies found only 2 percent of adaptation funding and 0.5 percent of multilateral climate funding is allocated to projects explicitly focused on protecting or improving human health.[4] By considering the health benefits of climate and nature investment, we could unlock billions in additional funding – not just from multilateral development banks, but also climate financing agencies, climate-affected countries, philanthropies, and the private sector.
Take air pollution as an example. Exposure to fine particulate matter is a leading driver of respiratory and cardiovascular diseases. Projects that replace coal-fired power with renewables or improve public transport don’t just reduce emissions – they improve health outcomes and ease the burden on healthcare systems. Similarly, heat-mitigating infrastructure, such urban forests, not only cool cities and absorb carbon, but reduce hospitalizations during heatwaves and improve mental well-being.
Nature is one of our most vital health assets. 40 percent of modern pharmaceuticals are derived from natural sources; pollinators support about one-third of our global food supply; ecosystems provide natural water filtration; and biodiversity helps protect us against zoonotic diseases. Not only are these benefits currently under threat due to the climate crisis, but they are also too frequently overlooked as a determinant of improved global health.
The Role of Nature-Based Infrastructure
Nature-based infrastructure – such as mangroves, wetlands and forests – plays a critical role in protecting and improving lives. Mangroves, for instance, provide flood protection, filter water, store carbon, and support food security and livelihoods. They also provide immense economic value – estimated by the UNEP to be USD 33,000 to USD 57,000 per hectare per year.[5] However, natural systems like these are disappearing at an alarming rate – from 1980 and 2000, approximately 25 percent of mangrove areas were lost globally, with continued decline since – and proactive financing to reverse this remains negligible.[6]
A shift in mindset is long overdue, and this World Nature Conservation Day is an opportune moment to consider how we develop and conserve the planet’s natural resources and biodiversity. By investing in infrastructure that considers the co-benefits across health, climate, and nature, we can unlock billions in underutilized funds, improve long-term health outcomes and reduce financial burdens on healthcare systems. These investments are evidence-based, cost-effective, and increasingly urgent.
Vera Siesjö, Senior One Health Scientist
Economics Department, Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB)
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Esta tribuna puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde.
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