• 03/10/2025 05:48

Transición energética: reorientación geopolítica y económica. Por Pablo Arjona Paz, analista de Riesgo País de Cesce

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Pablo Arjona Paz, analista de Riesgo País de Cesce

La historia de la humanidad ha estado marcada por una constante transformación. Como ya advirtió el filósofo Heráclito, “la única constante es el cambio”. Sin embargo, lo que el pensador griego difícilmente podría haber anticipado es la rapidez con la que se suceden los acontecimientos en la actualidad. Lo que ayer era novedad, hoy puede resultar obsoleto. Aquello que parecía una utopía hace tan solo una década, hoy se vislumbra como una realidad. La evolución del sistema energético global es, quizás, uno de los ejemplos más claros de esta vertiginosa dinámica.

Durante los últimos diez años hemos sido testigos de una revolución silenciosa, pero profunda, en la forma en la que producimos, almacenamos y consumimos energía. Hace una década la energía solar era una tecnología escasamente competitiva. Su contribución a la generación de electricidad era residual, inferior al 1%. Hoy, en cambio, es una de las fuentes de energía más eficientes, con unos costes muy inferiores a los de las centrales intensivas en combustibles fósiles. Al mismo tiempo los vehículos eléctricos han pasado, de ser una excepción, a representar más del 50% del mercado en algunos países; una revolución sustentada, al igual que en el caso de las renovables, en el desplome de los costes de fabricación.

Así pues, la descarbonización de parte de la economía mundial ha dejado de ser una utopía, una ficción solo alcanzable en mundos futuristas similares a los ilustrados por Julio Verne.

Una transformación en el modo de producir y consumir energía que presenta muchas oportunidades, pero que no está exenta de desafíos, como señalamos en el último Informe Panorama que realiza Cesce.

Hablamos de una transformación que no solo es tecnológica, también es geopolítica. Las renovables abren la puerta a la democratización de la energía. Prácticamente todos los países pueden avanzar hacia una menor depedencia mediante el despliegue de fotovoltaica, eólica, hidroeléctrica o termo solar, algo especialmente relevante en un mundo cada vez más fragmentado, enfrentado y hostil.

Menor dependencia del petróleo, nuevos desafíos minerales

La descarbonización ayudará a mitigará, además, la vulnerabilidad de las naciones importadoras de petróleo. Algunos riesgos, como el hipotético bloqueo del Estrecho de Ormuz, tendrían un impacto mucho más limitado en la economía mundial.

Sin embargo, nuevos desafíos están emergiendo. Las tecnologías vinculadas a la transición energética requieren grandes cantidades de minerales. Por ejemplo, un coche eléctrico puede necesitar hasta cuatro veces más metales que uno de combustión interna. Algunas de estas materias primas son abundantes y fácilmente accesibles; otras, en cambio, están concentradas en un escaso número de países.

A esto se suma el abrumador liderazgo de China en la industria de procesamiento de un buen número de minerales, como el litio, el grafito, o las tierras raras. Un protagonismo que supera con creces el grado de concentración de la industria del petróleo.

Esto ocasiona que motivaciones estrictamente geopolíticas podrían distorsionar considerablemente el correcto funcionamiento de las cadenas de valor de algunos metales,  como se pone de manifiesto en la media impuesta por Pekín desde 2023 de restringir el suministro de un buen número de minerales en respuesta a la creciente rivalidad económica y tecnológica con Estados Unidos.

Seguridad nacional y reconfiguración económica global

Por ello, asegurar el aprovisionamiento de estos materiales será, cada vez más, una prioridad en términos de seguridad nacional, como reflejan las ambiciones de la nueva administración norteamericana para controlar los recursos mineros de Groenlandia.

Por si no hubiera suficientes elementos en la ecuación, la descarbonización propiciará una reordenación de la economía mundial. La paulatina desconexión a lo largo de las próximas décadas de los hidrocarburos constituye un desafío mayúsculo para los países petroleros, especialmente para aquellos con costes de extracción más elevados. Su continuidad en el mercado no es evidente, ante la posibilidad de que los países con bajos costes decidan adoptar una estrategia más agresiva para rentabilizar sus ingentes reservas. Será todavía más complicado para aquellas economías petroleras con escasos recursos financieros, dado que su margen de maniobra para impulsar otros sectores productivos es limitado.

Al mismo tiempo, la transición extractiva será una enorme oportunidad para aquellos países con amplias reservas de minerales considerados críticos; como Argentina, Australia, Bolivia, Chile, Indonesia o Perú. El aumento de las exportaciones de estos metales en las próximas décadas contribuirá, por ejemplo, a reforzar sus balanzas por cuenta corriente y las cuentas públicas.

También favorecerá a China, un país que se ha situado a la vanguardia de la mayoría de las tecnologías vinculadas a la transición energética. Las ventajas competitivas del gigante asiático –véase la integración vertical de sus empresas, las voluminosas ayudas estatales y las economías de escala que ofrece el enorme mercado– son muy difíciles de igualar.

España, bien posicionada ante la transición energética

La estrategia de Pekín de liderar la “economía verde” ha contribuido en la extraordinaria mejora de competitividad de tecnologías como la fotovoltaica o las baterías eléctricas, lo que ha acelerado el avance de la transición energética. Sin embargo, a la vez, supone una seria amenaza para algunas industrias occidentales muy sensibles, como la automoción.

En medio de esta transformación, España se encuentra en una posición más favorable respecto a la mayoría de los países europeos para aprovechar el potencial económico de la descarbonización. Hemos comenzado antes, lo que no ha permitido desarrollar muy competitiva, como se evidencia en la participación de empresas españolas a lo largo de la cadena de valor de los proyectos de eólica marina. A esto se suma el potencial que supone el mayor número de horas de sol. La diferencia es considerable. Un panel solar en España puede llegar a producir un 50% más de electricidad que uno en Alemania; una ventaja competitiva que podría contribuir en la reindustrialización en las próximas décadas.

Diez años pueden parecer poco, pero en el mundo de la energía son suficientes para iniciar una transformación que está redibujando la economía mundial y las prioridades geopolíticas.

Pablo Arjona Paz

Analista de Riesgo País de Cesce


 

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Artículo de Arturo Larena publicado en https://efeverde.com/transicion-energetica-reorientacion-geopolitica-y-economica-por-pablo-arjona-paz-analista-de-riesgo-pais-de-cesce/