Por Nora Sesmero
Madrid, (EFEverde).- “Tener una vida digna es vivir sin miedo a que destruyan tu hogar” asegura la ecuatoriana Nina Gualinga indígena kichwa, activista por los derechos indígenas y ambientales e integrante de la lista 2024 de «Los 100 latinos más comprometidos frente a la crisis climática».
Esta lista destaca a individuos por su compromiso en el activismo climático, la comunicación, los derechos ambientales, las políticas sostenibles, la ciencia y el impacto corporativo. Y en 2024 se ha destacado la voz de 66 mujeres, Gualinga entre ellas.
Con este motivo ha conversado con EFEverde sobre la defensa de la tierra frente a las grandes corporaciones, sus vínculos culturales, el peso de las industrias petroleras en las negociaciones climáticas internacionales o la importancia de los valores sociales y ambientales.
¿Qué es lo que más valoras en la vida?
Últimamente, valoro mucho la paz, esa sensación de no tener que preocuparte constantemente, que solía sentir cuando era niña junto con mis abuelos. Con todas las problemáticas que enfrentamos, tanto en la Amazonía como en el mundo, desde conflictos en Palestina, Ucrania o el Congo, la tranquilidad es algo que aprecio profundamente.
¿Cuáles han sido tus inspiraciones?
Mi familia, sin duda: mi madre, mi tía, mi abuela, mi bisabuela, mi abuelo, mis tíos. Ellos nacieron en un tiempo y lugar donde no se les aceptaba, donde se buscaba erradicar su identidad, conocimiento y tradiciones. Aun así, mantuvieron sus raíces y valores firmemente, enseñándonos a nosotros, sus descendientes, la importancia de nuestra cultura y territorio. Ellos me fortalecieron y me dieron claridad sobre quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy.
¿Cómo fue tu infancia?
Crecí en una familia muy grande, en la casa de mis abuelos. Nunca me sentí sola o excluida. No asistí mucho a la escuela, así que aprendí en casa, acompañando a mi madre y mis abuelos. Para nosotros, adentrarse en la selva no era algo excepcional, era nuestra vida cotidiana. Pero a mis 8 años una compañía petrolera llegó a nuestra comunidad. Ese momento me marcó profundamente, porque entendí que nuestro hogar y nuestra identidad estaban en riesgo. Desde entonces, tuve claro que debía defender nuestro territorio, porque si desaparece, también desaparece el sentido de mi vida.
Desde ese momento, aunque era solo una niña, me di cuenta de la responsabilidad que tenía para contribuir a nuestra causa. Con el tiempo, entendí que esto no solo afectaba a mi comunidad o a Ecuador, sino que era parte de un sistema global en el que los territorios indígenas son sacrificados en nombre del progreso. Fue muy doloroso, pero me dio una misión clara: defender nuestra tierra y nuestro hogar.
¿Y así te involucraste en la lucha y resistencia de tu comunidad?
Desde pequeña, acompañaba a mi madre a reuniones de líderes. No entendía español, pero escuchando a los adultos y observando, poco a poco comprendí lo que sucedía. Más adelante, nos trasladamos a Suecia, pero seguía con la incertidumbre sobre el estado de nuestro hogar en Ecuador. Hablábamos de la situación en la escuela y en eventos, y mis padres siempre me permitieron expresar mis ideas, lo cual fortaleció mi seguridad. Además, ver la firmeza de mi pueblo me inspiró mucho. Nunca dudé en que defender nuestra tierra era lo correcto.
¿Qué opinas del proceder de las compañías petroleras en los territorios indígenas?
Para mí, es como llegar a la casa de alguien, destruirla, contaminar el agua y luego justificarlo diciendo que ofrecerán una escuela a cambio. Eso está mal y es muy obvio. No importa que las empresas prometan escuelas y centros de salud; destruyen los ríos, talan los árboles, y eso es algo que no se puede compensar.
¿Cuál es tu experiencia en la lucha legal contra el gobierno ecuatoriano en temas extractivistas?
Esta lucha por la autodeterminación de los pueblos indígenas ha sido constante. Mi pueblo se ha enfrentado a gobiernos en diferentes etapas de la historia. En 1992, tras una gran marcha, logramos obtener títulos de propiedad para nuestros territorios, bajo un autogobierno que garantiza que nuestras tierras no se pueden vender y nuestras decisiones se respeten. Años después, en 2002, cuando regresaron las petroleras, acudimos al sistema judicial ecuatoriano, pero la corrupción nos cerró el camino. Acudimos entonces a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que falló a nuestro favor, estableciendo un precedente para la consulta previa, libre e informada de los pueblos indígenas.
¿Han avanzado los gobiernos en la protección de los pueblos indígenas?
Los gobiernos deberían ser proactivos y acercarse con respeto e información sobre los pueblos indígenas, ya que la ignorancia es abrumadora. Nuestros territorios no son bloques petroleros; son espacios con historia, cultura, y vida propia. Los representantes deberían comprenderlo y actuar en consecuencia. Es fundamental que haya una apertura y voluntad política para entender y colaborar con los pueblos.
¿Qué piensas de la efectividad de los foros internacionales en temas de derechos indígenas y cambio climático?
El impacto de los foros internacionales es mínimo, especialmente en el tema de cambio climático, donde la influencia de las industrias fósiles es muy fuerte. Estos foros ponen temas sobre la mesa, aunque no generan suficiente acción real. La fuerza está en los movimientos sociales que tratan de cambiar el sistema desde distintos frentes, desde la cultura y la educación.
¿Tu trabajo ha tenido siempre presenta la comunidad, qué significa para ti?
Para mí, la comunidad se refiere a algo profundo: una familia grande que comparte cultura, comida, territorio, idioma, una historia en común y valores. Crecí en Sarayaku, donde comunidad significa vivir juntos y compartir desde la ancestralidad. Pero al llegar a Europa, vi que usan el término comunidad para describir colectivos u organizaciones que comparten intereses, pero sin compartir territorio o vida diaria. Esto me obligó a repensar el significado de la palabra, ya que en Sarayaku comunidad y vida compartida son inseparables.
¿Hemos perdido en Europa ese sentido de comunidad?
Siento que aquí es difícil entender comunidad como la entiendo yo. En las ciudades, todo está fragmentado y las personas llevan vidas individuales, algo que dificulta construir lazos profundos y comunes. Aquí puedo tener amigos, pero no llamaría a eso una comunidad. Para mí, una comunidad requiere una conexión más arraigada, sin miedo a entrar a la casa de alguien, como cuando vivía en Sarayaku. Las ciudades modernas, al construirse sin integrar los elementos naturales, también provocan un distanciamiento del entorno.
¿Ves factible recuperar ese concepto de comunidad?
Creo que sería hermoso, aunque complicado en ciudades tan grandes. Para mí, el equilibrio entre lo individual y lo colectivo es esencial. La vida en comunidad enseña a priorizar el bien común, lo cual es muy valioso y lleno de sentido. Sin embargo, en las ciudades, con el ritmo de vida acelerado y el distanciamiento, veo difícil implementar un modo de vida tan integrado y colectivo.
¿En un mundo tan paterialista, qué implica para ti actuar desde el amor?
Actuar desde el amor lo aprendí de mi madre, ella siempre decía que uno debe sentir profundamente por la selva, por quienes sufren. Eso implica respetar, extrañar, y también dolerse, reírse, conectarse con las personas y los seres vivos. Es un amor que honra. Por eso, siento muy profundamente lo que vivo y lo que observo a mi alrededor, así crecí.
Ahora, me siento fuerte, aunque a veces me cansa tener que serlo. He pasado por etapas difíciles, pero ahora estoy en un momento en el que trato de cuidar mi salud, emociones, y energía. Siento que hay mucha paz interior, pero mantenerla es un desafío cuando el mundo está en crisis. Esa paz la siento porque he podido enfrentar mi historia, superar el miedo y la vergüenza, y reconocer que mi bienestar depende también de mí misma y de los lazos de apoyo que construyo.
¿Qué es para ti la calidad de vida y una vida digna?
Tener una vida digna es vivir sin miedo: sin miedo a que destruyan tu hogar, tu río, tu familia; sin miedo a sufrir discriminación por tu color de piel o tu cultura; sin miedo a no tener comida para tus hijos. Es poder vivir libre de amenazas, de violencia o de injusticias.EFEverde
nsa / al
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