• 13/12/2025 12:40

¿Por qué la transición ecológica empieza en la vivienda? Por Mar González y Joserra Becerra

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Los verdes conocemos la cantinela: preocuparse por el planeta es un lujo reservado a quienes ya tienen la vida resuelta. Primero hay que vivir, se dice, y luego, si queda margen, ya hablaremos de ecología.

Primero la pantalla roja, la de las urgencias sociales; después la verde. Pero la pantalla roja ya no puede superarse con las reglas de siempre. El crecimiento ilimitado que prometía seguridad material ha chocado con la finitud del planeta y con una competencia global en la que lo que unos ganan otros lo pierden.

Esa seguridad ya no puede obtenerse con la vieja receta del crecimiento y, al mismo tiempo, en este mundo al que nos estamos asomando, sin esa seguridad no habrá transición ecológica ni democracia capaz de sostenerla.

Por eso, para pasar la pantalla roja hay que ser verde. No estamos ante un dilema entre fin de mes y fin del mundo; si mantenemos las reglas actuales, corremos el riesgo de perder ambas cosas a la vez.

Durante décadas, el Estado social pudo mejorar la vida de amplias capas de población porque la economía crecía y porque ese crecimiento se apoyaba en una ficción muy concreta: la de un planeta concebido como inagotable y una periferia a la que trasladar los costes.

Mientras había energía barata, materias primas accesibles y territorios considerados sacrificables, era posible repartir parte de los beneficios sin cuestionar el modelo.

Hoy esas condiciones se desmoronan. La crisis climática ya no es una advertencia abstracta, sino olas de calor extremas, sequías, incendios, pérdida de cosechas, conflictos por recursos.

Y la competencia entre grandes economías convierte el crecimiento en un juego de suma cero: empleos deslocalizados, territorios degradados, deuda que alguien tendrá que pagar.

En ese escenario, prometer volver al bienestar de los años noventa sin cambiar las reglas materiales solo tiene una salida: decidir quién se queda fuera. Ahí florecen la frustración, el resentimiento y la tentación autoritaria.

El miedo como herramienta política

El capitalismo de consumo no funciona solo con salarios y precios; funciona mejor con miedo. Necesita sujetos que nunca se sientan del todo a salvo, que vivan con la sensación de que todo puede venirse abajo por una enfermedad, una subida de alquiler o un despido.

La inseguridad genera ansiedad y necesidad de alivio inmediato. No solo compramos para cubrir necesidades sino para llenar una sensación de vacío. El alivio es breve; el miedo de fondo permanece.

Y ese miedo es terreno fértil para cualquier fuerza política que prometa orden, mano dura, una explicación sencilla y un enemigo débil al que culpar.

Ahí entra la ultraderecha. No inventa la inseguridad, la coloniza. Se alimenta de miedos reales -a perder la casa, el empleo, el barrio tal como se conocía- y los combina con un relato falsificado: el culpable es quien viene de fuera, quien protesta, quien no encaja.

Y frente a esto, los partidos tradicionales responden con recetas antiguas.

Por un lado, unos prometen un crecimiento imposible sin tocar la estructura material que nos ha llevado al límite. Otros hablan de transición ecológica como si fuese un catálogo de restricciones que siempre pagarán los mismos, o como si para salvar el planeta hubiese que comer grillos. En medio, millones no quieren ni hablar del tema: ya me hablaréis de ecología cuando llegue a fin de mes.

Pero ¿qué significa realmente llegar a fin de mes? No es solo cuadrar números para hoy. Es poder imaginar el propio futuro sin que todo dependa de variables que se escapan por completo al control de una persona o de una familia. Es imaginarse dentro de cinco años en el mismo barrio sin miedo a un desahucio, a una subida de alquiler imposible o a una reforma legal que te deje fuera. Es saber que un imprevisto no va a costarte la casa.

Cuando esa seguridad no existe, la vida se convierte en gestión permanente de la emergencia, y cualquier propuesta de cambio profundo -incluida la ecológica- suena a amenaza, cuando no a utopía.

Por eso la transición ecológica empieza en la vivienda: porque es el principal factor cotidiano de seguridad o de inseguridad. Y porque el derecho a la vivienda, si se toma en serio, va mucho más allá de tener un techo. No consiste en disponer de un sitio donde dormir mientras todo alrededor es hostil.

Consiste en poder vivir dignamente en un lugar que no te enferme, que no te aísle y que no te obligue a pasarte media vida desplazándote a los otros lugares donde desarrollas tu vida.

Una vivienda digna, clave de la transición

Una vivienda digna implica disponer de un entorno respirable, sin ruido excesivo que impida el descanso. Implica contar con un edificio que no te exija elegir entre pasar frío o arruinarte con la factura de la luz. Implica proximidad al trabajo, a la escuela, a los cuidados, a los servicios básicos: no depender de un coche para todo. Implica estar en un barrio con vida, donde sea posible construir vínculos y no solo sobrevivir.

Todo eso forma parte del derecho a la vivienda, tanto como las paredes y el techo, y tiene traducción directa en términos ecológicos: menos desplazamientos, menos derroche energético, menos presión para extender la ciudad sobre suelo que debería protegerse, más margen para reorganizar el territorio de manera justa.

La seguridad que necesitamos es material y psicológica a la vez: saber que la casa no es una fuente permanente de incertidumbre económica; sentir que perteneces a un lugar donde no eres fácilmente reemplazable. Si la vivienda es cara, inestable, mal situada y mal construida, el miedo se convierte en norma.

Una sociedad instalada en ese miedo no puede sostener una transición larga, compleja y a veces incómoda. El miedo se renueva cada mes con el recibo del alquiler o la cuota de la hipoteca, con la certeza de que cualquier tropiezo puede dejarte fuera.

Mientras eso no cambie, los discursos que ofrecen culpables fáciles y soluciones punitivas siempre tendrán ventaja.

Garantizar el derecho a la vivienda no resuelve por sí mismo todos los miedos ni agota el catálogo de seguridades necesarias. Pero sin ese núcleo de estabilidad resulta imposible eliminar ese run run que impide abordar otras conversaciones.

Redefinir qué es vivir bien

Una sociedad donde la mayoría sabe que no perderá su hogar por una mala racha tiene la tranquilidad necesaria para hacerse otras preguntas: qué entendemos por vivir bien, qué trabajos son socialmente útiles, qué consumos nos sobran, qué hace la vida más habitable.

La transición ecológica no consiste en exigir sacrificios en nombre de un futuro que muchos no llegan ni a vislumbrar, sino en redefinir de manera compartida qué es vivir bien y en reorganizar la economía alrededor de esta respuesta.

La ecología política no es un lujo añadido al Estado social; es su actualización. No se trata de reclamar nuestra parte del pastel tal como está hecho, sino de pensar en uno distinto: menos centrado en la promesa de consumir sin límites, más basado en tiempo, salud, vínculos, estabilidad y territorios que puedan sostener la vida.

Y para eso hacen falta dos cosas a la vez: derechos sociales fuertes -empezando por la vivienda y por una renta que permita vivir con un mínimo de estabilidad- y límites firmes al deterioro del planeta.

La libertad no es la desregulación que nos deja a merced del mercado inmobiliario; es poder decidir cómo vivir sin que el precio del techo condicione todo lo demás.

La seguridad no se garantiza con más vigilancia y castigo sobre quienes ya viven en situación precaria, sino sabiendo que, pase lo que pase, dispondremos de una base material suficiente para llevar una vida digna y no quedarnos en la calle.

Solo desde ahí podemos romper la espiral del miedo, preguntarnos qué significa realmente vivir bien y asumir la tarea de cuidar de un planeta cuyo margen de maniobra se estrecha.

Mar González y Joserra Becerra son coportavoces del Partido Verde.

Por eso, cuando hablamos de transición ecológica, los y las verdes hablamos de garantías materiales efectivas, de derecho a la vivienda y de una idea de bienestar que no se confunda con tener más, sino asociada con hacer habitable la vida y con tratarla como algo que merece ser cuidado.

Porque, sin ese suelo común, no hay siguiente pantalla.

 

Mar González y Joserra Becerra son coportavoces del Partido Verde.

 

 


 

Esta tribuna puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde.

 

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Este blog de «influencers verdes» fue creado por Arturo Larena y ha sido finalista en los Premios Orange de Periodismo y Sostenibilidad 2023 en la categoría de «nuevos formatos».

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Artículo de Generico publicado en https://efeverde.com/por-que-la-transicion-ecologica-empieza-en-la-vivienda-por-mar-gonzalez-y-joserra-becerra/