Por Nora Sesmero
Con 16 años mi abuela se levantaba a las cinco de la mañana para realizar el oficio de “trapera” junto a sus padres y sus hermanos en un barrio de Madrid.
Hasta el 69 se encargaron, junto a otros vecinos del barrio, de recoger por portales y hoteles los diversos desperdicios.
De la casa Balenciaga llegó a tener en sus manos un retal del vestido de novia de la reina Fabiola, cuenta ella. Ya veis, para mí una fuente de fascinación.
Con carros tirados por una mula, se recolectaba la “basura” en jábegas, seras y bidones. Más tarde, la llevaban a casa para clasificarla en el corral donde había cerdos y gallinas, quienes se llevaban un pico gracias a los residuos orgánicos.
Por un lado se separaba la ceniza de las calefacciones para dividirla en carbón y carbonilla. Por otro, el papel. También se sacaban trapos. Y a veces, objetos como frascos de perfume, medias, zapatos, o ropa que les servía a ellos mismos. Se aprovechaban las botellas, botes, metales, etc., para reciclarlo, venderlo o desecharlo todo una vez al mes. Lo que no valía definitivamente, lo llevaban al vertedero.
De ello vivía la familia de mi abuela. Años después, los ayuntamientos se encargaron de esta labor.
Arreglos de la época
De mi abuela también he aprendido a coser a mano y a máquina. Ella siempre me cuenta que entonces se reparaba la ropa –que, en general, era de mejor calidad que actualmente– con diferentes tipos de arreglos.
Por ejemplo, se remendaban los calcetines con soletas que servían para arreglar la parte de la planta del pie y poder continuar usándolos.
Además, se “echaban los cuchillos” a los pantalones para renovar la parte interna de la pierna. Debido al desgaste, también se hacían piezas nuevas para los bolsillos o se ponían rodilleras para seguir utilizando la ropa. Con retales sobrantes de otras prendas se diseñaban delantales para trabajar.
En aquella época, se arreglaban las sábanas cosiendo piezas de tela allí donde había un agujero. A día de hoy, jamás dejaríamos que le saliese un agujero a una sábana pudiendo comprar otras…
Y también acudían costureras por las casas para realizar labores más complejas. Hoy, muchos soñamos con volver a aquel estilo de vida, más sencillo y en comunidad. Ya no dedicamos tiempo a lo importante, hemos acelerado demasiado la vida.
Con lo bonito que es invertir tiempo en arreglar tu ropa cuando te gusta para que te siga quedando bien. Nunca hacía falta que la costura quedara perfecta si habíamos pasado un buen rato juntas.
Lo que he aprendido de mi abuela
Hoy, doy gracias por haber podido aprender tanto de mi abuela. Por el tiempo que he pasado escuchándola y lo orgullosa que me siento de mis raíces. Porque fue una vida más dura que la mía y, gracias al esfuerzo de toda mi familia, hoy tengo aprendizajes que seguramente muchas personas no volverán a experimentar.
A veces pienso en eso, en todo lo que estamos perdiendo. En todo lo que estamos dejando escapar.
Solía decir que un día habría una máquina que nos atase los cordones y ya no aprenderíamos de niños. Y vino la inteligencia artificial. Miro a la generación de mi hermano pequeño y nos siento cada vez más incapaces de afrontar una tarea manual, una tarea en el mundo tangible. Y duele.
Me duele que la gente ya no se reúna para conversar, para coser en comunidad o, simplemente, para trabajar en común por el orgullo de mantener esas labores que nos hacen humanos. Esas labores que a mí me gustaría hacer al lado de mi abuela si me dijeran que mañana se acaba el mundo.
Y es que es algo que voy a llevar toda la vida en mi corazón y siento la responsabilidad de compartirlo. Pero, a pesar de esta melancolía, mantengo la esperanza de que nos daremos cuenta de todo ello y volveremos a arremangarnos.
nsa / al
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Artículo de Nora Sesmero publicado en https://efeverde.com/recicladora-anos-60-madrid/