Sònia Flotats, directora de Move! Moda en Movimiento
Si miras la etiqueta de tu ropa, muy probablemente descubrirás que en su composición incluye un derivado del petróleo, casi siempre poliéster. Y es que el 69% de las fibras que se producen en el mundo son sintéticas y derivan de este recurso natural no renovable.
Según los últimos datos de Textile Exchange, la organización internacional que trabaja para acelerar el uso de materias primas preferentes en la industria textil, de los 132 millones de toneladas de fibras producidas en 2024, 78 millones de toneladas (un 59%) eran poliéster, una cifra que no deja de crecer año tras año. De estas, solo el 12% procedía de plástico reciclado (la mayoría, botellas), lo que significa que el 88% restante se obtuvo directamente del petróleo, un recurso escaso y limitado.
La cifra puede parecer astronómica —y de hecho lo es—, pero en realidad solo representa entre el 1% y el 2% del petróleo que se consume en el mundo. Aun así, el poliéster y otras fibras derivadas del petróleo han aportado mucho a la moda: permiten diseños versátiles, prendas más duraderas y fáciles de mantener, y ofrecen un alto rendimiento técnico, algo esencial en el equipamiento deportivo y laboral.
El alto coste ambiental del poliéster
Sin embargo, su impacto ambiental es muy elevado, tanto por la corta vida útil que se da a muchas prendas que contienen esta fibra como por la gran cantidad de microplásticos que se desprenden al lavarse y deteriorarse, y que acaban en los océanos, en la tierra e incluso en nuestro cuerpo.
Por todo ello, hace ya tiempo que el sector de la moda busca alternativas para producir de una manera más eficiente y responsable, en línea con los principios de la moda sostenible.
Fibras naturales: una solución con matices
La opción más lógica son las fibras naturales tradicionales, como el algodón, la lana, el lino o el cáñamo. Pero que sean naturales no garantiza un mejor comportamiento ambiental, ya que suelen requerir grandes extensiones de suelo. Además, si no se cultivan de forma orgánica o regenerativa, a menudo necesitan muchos productos químicos.
Un ejemplo claro es el del algodón, la segunda fibra más producida del mundo después del poliéster: representa el 19% de la producción mundial y, según cómo se cultive, puede tener un impacto ambiental y social radicalmente distinto. Por otro lado, la moda necesita fibras con propiedades técnicas o estéticas que las fibras naturales, por sí solas, no siempre ofrecen.
Fibras celulósicas y nuevos materiales biofabricados
Entre un extremo y otro se encuentran las llamadas manmade cellulosics, fibras fabricadas por el ser humano a partir de recursos naturales. Las primeras en aparecer fueron las procedentes de la pulpa de los árboles, cuya sostenibilidad depende del tipo de bosque del que provienen y del proceso de fabricación (no es lo mismo la viscosa que el tencel o el modal).
Más recientemente han surgido fibras procedentes de residuos de la industria agroalimentaria que, tras un tratamiento adecuado, se transforman en materiales capaces de imitar el algodón, el poliéster o incluso la piel. Grandes compañías de todos los segmentos —desde H&M o Inditex hasta Stella McCartney o Loewe— ya están trabajando con ellas.
Aunque representan una gran oportunidad, todavía falta información precisa para evaluar su impacto ambiental real y su viabilidad a gran escala.
Reciclaje textil: la vía circular más prometedora
Finalmente, y seguramente la opción con más perspectivas de crecimiento a corto y medio plazo, está el reciclado fibra a fibra: utilizar tejidos desechados y convertirlos nuevamente en fibra para crear nuevas prendas.
En España existe una larga tradición de reciclaje textil, sobre todo con tejidos naturales como el algodón o la lana, y actualmente estamos viendo cómo empresas históricamente olvidadas vuelven a despertar el interés de los grandes grupos de moda.
El gran reto, sin embargo, es el reciclaje de tejidos de poliéster y, especialmente, de mezclas de fibras —las más comunes—, un proceso tecnológicamente complejo y todavía en fase de exploración. Los principales actores del sector están invirtiendo en este ámbito, conscientes de que, en un planeta con recursos finitos y en un contexto geopolítico cada vez más inestable, el futuro de la producción textil dependerá en buena parte de estas innovaciones.
Europa y España ante una oportunidad histórica
Por ahora, este tipo de fibras representa menos del 1% de la producción mundial, pero se espera que la cifra crezca exponencialmente en los próximos años.
La revisión de la Directiva Europea de Residuos obligará a las empresas que ponen producto textil en el mercado a responsabilizarse del fin de vida de sus prendas y a darles una nueva vida. Una salida prometedora, además del reacondicionamiento y la segunda mano, será transformarlas en nueva materia prima para el sector.
Europa —y especialmente España— tiene una gran oportunidad para liderar este cambio, recuperando su histórica tradición textil y apostando por la innovación en reciclaje y circularidad. La clave ahora es asegurar las inversiones iniciales para poner en marcha toda esta infraestructura. La duda es: ¿quién las realizará y quién las apoyará?

Sònia Flotats, directora de Move! Moda en Movimiento
www.modaenmovimiento.com
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