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Los estudiantes de la beca rural tras sus prácticas en la España vaciada: allí hay más tiempo, más naturaleza y menos “postureo”

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Por Marta Montojo

Madrid, 6 sep (EFE).- Con la llegada de septiembre, a María Utillas y a Carlos Abril les toca preparar su regreso a casa. El día 30 se les acaba la experiencia de Campus Rural, una iniciativa impulsada por el Ministerio de Transición Ecológica que lleva a universitarios a hacer prácticas a pueblos de menos de 5.000 habitantes. María, de Redován (Alicante), y Carlos, de Valencia, se han instalado en los meses de verano en A Lamosa, una pequeña aldea perteneciente a la localidad de Campo Lameiro, en Pontevedra.

En este paraje gallego se estima que viven unas 30 personas a lo largo del año. María, 23, estudió ingeniería agroalimentaria y agroambientiología. Ha realizado sus prácticas de la carrera en el Concello de Campo Lameiro, donde ha podido trabajar en protocolos antiincendios, y poner en práctica conceptos que estudió en la universidad, sobre todo de ecología, impacto ambiental y paisajismo, cuenta a EFEverde. Por las tardes, se centra en su Trabajo de Fin de Grado (TFG), y hace vida social con los vecinos.

En la aldea se siente a gusto, dice, y le gustaría quedarse. “Son muy poquitas personas y al final te cogen cariño muy rápido, son muy amables y tratan de ayudarte siempre en lo que pueden y más. Yo vengo de Redován, un pueblito de Alicante, y siento que es muy similar. Aunque aquí parece que la gente lleva otro ritmo de vida, más relajada y austera”, señala.

Carlos, su pareja, tiene varios familiares en Campo Lameiro, que les han presentado a sus amigos. “Nos invitan a comidas y cenas y cuentan con nosotros para hacer actividades del pueblo”, valora María. Encontraron la casa donde se alojan gracias a la tía de Carlos, que les consiguió una vivienda a un alquiler asequible –y esquivar así los precios turísticos del verano– para que pudieran instalarse ahí desde el 30 de julio y hacer sus prácticas hasta el final de septiembre.

Las vistas desde la casa en la que han vivido Carlos Abril y María Utillas durante su beca de Campus Rural. Imagen cedida por ellos.

Ambos cobran mil euros brutos mensuales por el trabajo que realizan, dinero que no aporta la entidad –pública o privada– donde trabajan sino el programa Campus Rural. Ellos mismos ofrecieron la posibilidad de realizar sus prácticas bajo esa beca rural a sus empleadores, quienes sólo tuvieron que firmar un convenio con la universidad, detallan los participantes.

Carlos, 30, también se ha dedicado a terminar su TFG por las tardes desde esta aldea gallega. Por las mañanas, trabaja en la fábrica de frutos secos El Nogal. Estudiante de ciencia y tecnología de los alimentos, Carlos se ha encargado, en parte, de desarrollar junto al director de calidad de la fábrica un documento para la exportación de los productos a América.

Encantado en el pueblo

También está encantado en el pueblo. “Cuando has crecido sin bichos y sin faunas a tu alrededor, tener cabritas cuando te despiertas ahí al lado y escuchar los gallos del vecino es una experiencia”, comenta.

En la tercera edición de este programa han participado más de setecientos estudiantes. Alumnos de universidades de todo el país han trabajado y vivido este verano en lugares con vulnerabilidad territorial, municipios donde las poblaciones han ido mermando con el paso de los años y en los que, más allá de los meses estivales, los puentes y las fiestas del pueblo, en algunos casos no llegan al centenar de habitantes. Una condición para participar en Campus Rural es que los becados residan en el municipio donde trabajan. El objetivo es, en parte, permitir que estos pueblos de la España vaciada accedan al talento joven, explica en su web el Miteco, y brindar a estos últimos la oportunidad de explorar salidas laborales fuera de los grandes núcleos urbanos.

Esta beca ha llevado a Paula De Miguel, madrileña, a pasar varios meses en Oliete, un pueblo turolense de cerca de 360 habitantes. Inicialmente, esta estudiante de sociología de 24 años buscaba trasladarse en verano a Torreorgaz, el pueblo extremeño de su madre, y realizar allí sus prácticas con la ayuda de Campus Rural. Finalmente, no le fue posible, y terminó en Oliete, un lugar que no conocía pero en el se muestra contenta. Asegura haber aprendido mucho. Ha vivido allí entre el 1 de julio y el 31 de agosto, trabajando en el Centro de Innovación Territorial (CIT), una entidad que depende de la Diputación de Teruel, y cuya función –resume Paula– es tratar de “conectar todos los ámbitos de la vida de las personas, de las empresas, las entidades y otros factores culturales para, mediante la innovación social, reactivar la la provincia y dinamizar su territorio”.

Red de talento

Ella, en concreto, se ha dedicado, en sus palabras, a «construir la red de talento, que es algo que se está poniendo en marcha. Y es un dispositivo para que la gente colabore entre sí. O sea, que personas físicas expliquen qué necesitan de y en el territorio y se pongan en contacto con otras que ofrezcan algo, que crean que pueden aportar».

Pese al contraste entre la vida en Madrid y la vida en Oliete, esta socióloga cuenta que la transición para ella fue “muy cómoda”. En parte, porque le ha permitido frenar. “Tenía un poco la necesidad de bajar el ritmo y de no coger el metro todos los días, de no coger el coche todos los días, de hacer algo más terrestre”, señala. “En Madrid, el curso es muy ajetreado y estamos a 50.000 cosas. Y saber que a Oliete solo venía a hacer dos cosas, que mis tareas eran esas y ya está, me ha sentado bien”.

Por otro lado, también ha percibido algo similar a lo que siente cuando está en su pueblo, en Cáceres, con el que dice estar muy vinculada emocionalmente. Nota similitudes en las cortas distancias entre la tienda, la casa, el trabajo y el entorno natural. “En mi casa de Madrid tengo el parque al lado, y muchos parques en mi distrito, pero sigo estando rodeada de coches, de ruidos y en Oliete no, y en mi pueblo tampoco, porque a los cinco minutos sales y estás en pleno campo, en plena montaña, y eso se nota”.

Paula De Miguel (dcha) y su compañera (izq), en Oliete (Teruel), el pasado verano. Imagen decida por De Miguel

Paula encontró Oliete “muy animado”. Por un lado, porque en verano hay más gente que durante el resto del año y, por otro, porque al pueblo fueron a parar otros estudiantes con su misma beca. Con algunos de ellos trabajaba y con otros convivía. También se siente atraída por iniciativas cercanas, como la de Apadrinaunolivo.org, una organización que lucha contra el abandono de estos olivos centenarios que se produce a consecuencia del abandono rural, y cuyos trabajadores comparten oficina con el CIT. Se involucró también en la asociación de mujeres del pueblo, a través de unos talleres abiertos de danzas aragonesas. ¿Se imagina quedándose a vivir allí? La experiencia le ha confirmado que sí puede proyectarse viviendo a largo plazo en un pueblo similar. Pero tampoco romantiza ese estilo de vida, afirma.

“La vida en Oliete es muy dura y eso no se me olvida. Lo sabía antes de venir y ahora lo he comprobado. Para hacer la compra tengo que irme a un pueblo que está a 30 km y gracias a que tengo coche puedo hacerlo. En Oliete no hay una tienda grande para comprar, con precios asequibles. Y entiendo lo que debe pasar la gente allí”, explica. Con esto último se refiere a problemas que a veces dividen a la gente del pueblo, asuntos como las disputas por el uso del territorio para el despliegue de energías renovables. Temas en que, aclara, ella prefiere no inmiscuirse, pues son cuestiones que afectan a la población local y no considera que sea apropiado intervenir.

Becado para observar el cielo

Álex Blanco (20) tampoco había visitado Borobia antes de hacerse con la beca rural que le ha llevado a trabajar en el Observatorio Astronómico del pueblo soriano. Este estudiante de ingeniería aeroespacial encontró entre las ofertas de prácticas que publica su universidad la oportunidad de trabajar en el Observatorio gracias a Campus Rural. Le atrajo la idea de explorar la astronomía, un ámbito que forma parte de su carrera pero en el que no cree que tenga muchas oportunidades de trabajar. Lo más probable, dice, es que se termine dedicando a algo relacionado con aviones o con aeropuertos, pues su carrera está más orientada a ello. También le sedujo la experiencia de vivir en un pueblo, algo diferente para él, natural de Puertollano pero residente en Toledo.

En Borobia, un municipio de Soria pegado a la frontera con Zaragoza, viven cerca de 230 personas. Álex fue uno de sus residentes entre el 15 de junio y el 31 de agosto. Pudo notar el incremento poblacional durante el mes de agosto, cuando llegaron las familias de las ciudades cercanas y se quedaron a pasar parte del verano y las verbenas.

Álex Blanco (20) ofrece una charla a los visitantes en el Observatorio Astronómico de Borobia (Soria). Imagen cedida por él mismo.

Coincidió allí con otro participante de Campus Rural, un chico de su edad que estaba trabajando en el ayuntamiento del pueblo, y con el que pudo hacer planes. Pero también se ha juntado con más gente de Borobia. El inconveniente para Álex a la hora de relacionarse con la gente es que trabajaba por las noches, y también algunas tardes. Aun así, se sentía integrado: “Ya más o menos conozco a casi todo el pueblo”, alega. También hizo buenas migas con sus compañeros en el Observatorio, residentes durante todo el año, que le ponían al corriente de lo que suele suceder en Borobia, sobre las preocupaciones de los vecinos, etcétera. El tema de conversación en los meses en que él ha vivido allí ha sido, principalmente, las fiestas, cuenta. “Las fiestas y los veraneantes”. Quién viene, quién se va. “La vida de pueblo es muy diferente”, reflexiona. Reconoce que le costó acostumbrarse, sobre todo a que el municipio fuera tan pequeño. Pero valora, por ejemplo, tener el campo cerca, con puntos muy próximos como el espacio natural del Moncayo. Y el cielo. “No he visto el cielo como se ve allí en ningún lado. La Vía Láctea se ve todos los días, si no hay luna”, subraya. Borobia tiene la certificación de municipio Starlight. “Quiere decir que las luces del pueblo no afectan a la contaminación lumínica”, precisa el estudiante.

El Observatorio Astronómico de Borobia es un centro de divulgación, no de investigación, que tiene 22 años de antigüedad. Allí Álex se dedicaba a guiar a los visitantes. Les explicaba primero algunos conceptos de astronomía, les enseñaba las constelaciones y les mostraba, a través del telescopio del Observatorio, los objetos astronómicos que se pudieran ver esa noche.

Sobre la cultura del pueblo, Álex destaca, sobre todo, una cosa positiva: no existe el “postureo” de las ciudades. “La gente es mucho más natural”, insiste. “Pero es todo diferente. En general es otra experiencia”. EFEverde

mm/al

 

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Artículo de efeverde publicado en https://efeverde.com/beca-rural-espana-vaciada-tiempo-naturaleza-postureo/