• 03/10/2025 07:06

Experto ante los incendios: Mejorar la eficacia en la extinción no resuelve el problema

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Zaragoza, 19 ago (EFE).- David Badía, investigador de la Universidad de Zaragoza y catedrático de Edafología, considera que mejorar la eficacia en los trabajos de extinción de los incendios forestales, en la actual situación que afecta al país por esta causa, no resuelve la problemática derivada de la necesidad de un nuevo modelo de gestión para hacer frente al fuego.

En un comunicado, este experto en Ciencia del Suelo, miembro también del Instituto Universitario de Investigación en Ciencia Ambientales de Aragón y de la Red Temática Internacional FuegoRED, asegura que los incendios constituyen actualmente la causa más importante de destrucción del medio natural en España y en otros países del Mediterráneo, e incide en la necesidad de resolver la paradoja entre la mejora de los servicios de extinción y la proliferación de grandes fuegos cada vez más difíciles de apagar.

“En lo que llevamos de año 2025 se estima que se han calcinado en España unas 375.000 hectáreas, una superficie que duplica la del Pirineo de Huesca”, advierte este experto, que ve en el clima uno de los factores clave para la propagación de los incendios: «una temperatura superior a los 30 ºC, humedad inferior al 30 %, y viento por encima de los 30 km/h, la conocida regla del 30-30-30, facilita el inicio y, sobre todo, la rápida propagación del fuego».

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Destaca que las temperaturas altas y las humedades bajas, como las sufridas en la última ola de calor estival, una de las más largas conocidas hasta el momento, han secado una vegetación herbácea que creció mucho en la pasada primavera lluviosa y han favorecido una vegetación seca y fina, y cargada de esencias volátiles e inflamables (como las acículas de los pinos) que se convierten en un «combustible temible».

Argumenta que siendo el clima un factor no controlable, la prevención debe centrarse en la generación o mantenimiento de un paisaje en mosaico como el generado en tiempos pasados mediante el pastoreo, el uso de la leña para cocinar y calentarse o la construcción de bancales para cultivar en las laderas.

«Todo esto se ha ido desdibujando desde la década de los sesenta del pasado siglo, en la que la superficie forestal no ha parado de recuperar su espacio», asegura Badía, quien advierte que desde entonces hasta ahora, la población rural en España ha pasado del 35 % al 10 % respecto al conjunto de la población”.

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El profesor Badía apunta a dos grandes ejes de acción: el primero concienciar a la población para evitar siniestros, ya que, según datos oficiales, únicamente un 20 % de las igniciones corresponden a causas naturales (tormentas secas), mientras que la mayoría son debidos a negligencias, accidentes, o intencionados; y el segundo buscar un equilibrio de los esfuerzos dedicados a la extinción y a la gestión.

“Cuanto más eficaces somos en la extinción, y salvando momentáneamente al bosque, posponemos el problema para los años siguientes», argumenta el investigador, que incide en la necesidad de revalorizar los servicios que ofrece el mundo rural y equilibrar la inversión entre servicios de extinción y gestión forestal.

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Después de las llamas

Según explica, cuando un bosque se quema, el carbono contenido en la vegetación se emite a la atmósfera, lo que representa un aporte de CO2, a la atmósfera, gas con efecto invernadero, y, al mismo tiempo, el fuego empobrece el conjunto del ecosistema al volatilizarse el nitrógeno y los nutrientes a través de las cenizas.

Añade que a pesar de que el aspecto de los troncos carbonizados tras apagarse las llamas de un incendio puede inducir a pensar que la vida allí ha sido eliminada, los ecosistemas mediterráneos, a pesar de haber sufrido una importante pérdida de fertilidad, disponen de un conjunto de estrategias que les permiten hacer frente a esta perturbación.

«Cierta vegetación mediterránea puede regenerarse con relativa rapidez, pero solamente si la perturbación sufrida y otras previas no han provocado la degradación del suelo sobre el que crecen”, advierte Badía, quien alerta, sin embargo, que si el fuego ha eliminado la vegetación y el mantillo, convirtiéndolos en cenizas, el suelo queda desprotegido frente a la acción posterior de lluvias intensas y de fuertes vientos que pueden agravar el problema.

En su opinión, la pérdida de suelo reduce, además, la capacidad regenerativa de la vegetación, favoreciéndose un progresivo fenómeno de desertización, y de ahí que se apliquen medidas de emergencia en las zonas afectadas por incendios como fajinas o acolchados de paja.

Por todo ello, recalca el investigador, «mantener la salud del suelo resulta esencial no solo para la recuperación tras posibles incendios, sino también para garantizar la resiliencia de los ecosistemas y frenar la desertificación a largo plazo». EFE

lef/icn

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