Ana Tuñas Matilla
Los pueblos del Sur del Europa llevan siglos pintando de blanco o «encalando» sus viviendas para evitar que el calor entre en el interior, una tradición que aplicada en cubiertas, carreteras o aceras permitiría bajar varios grados la temperatura ambiental y reducir el efecto «isla de calor» en las ciudades.
Según expertos consultados por EFEverde, esta «barata» medida de adaptación climática ayudaría a amortiguar ese fenómeno se produce cuando las infraestructuras urbanas, construidas de materiales como asfalto, hormigón o cemento, desprenden el calor que han absorbido y retenido durante las horas de sol.
Este efecto hace que la temperatura en las ciudades sea mayor que en las zonas rurales circundantes, especialmente por las tardes y noches, con resultados «mortales» durante unas olas de calor cada vez más frecuentes e intensas por al calentamiento global.
Tradición acertada
Cuando la radiación solar incide sobre una superficie la energía se absorbe o se refleja, dependiendo de materiales y colores: los colores oscuros la absorben y los claros, especialmente el blanco, los reflejan.
Mientras la energía que se refleja a la atmósfera no produce calentamiento, la que se absorbe y posteriormente se libera, sí.
Para la presidenta del Observatorio de Arquitectura Saludable, Rita Gasalla, pintar de blanco es una «tradición acertada» que se ha aplicado en todo el Arco Mediterráneo para combatir el calor en combinación con medidas como regar patios y cubiertas, cubrir de vegetación tejados y fachadas o generar zonas de sombra.
Las infraestructuras y edificios se pueden blanquear con pinturas tradicionales o ir más allá usando pinturas reflectantes (reflejan rayos infrarrojos y ultravioletas) y otras pinturas que, además, pueden captar y retener contaminación, según Gasalla, directora del estudio de arquitectura Galöw.

Pinturas que «sudan» o eliminan contaminación
A nivel urbano, las que mejores resultados podrían dar son unas pinturas que, además de reflejar y radiar, son capaces de imitar la sudoración de nuestros cuerpos, el mecanismo con el que cuenta el ser humano para regular la temperatura corporal.
«Son pinturas microporosas que, al incorporar sulfato de bario, funcionan como climatizadores y permiten reducir mucho la temperatura mediante evaporación. Se están probando en Estados Unidos con resultados muy interesantes», ha añadido.
Hay otras pinturas que incorporan óxido de zinc y dióxido de titanio, cuyas propiedades fotocatalíticas les permiten captar y descomponer la contaminación mediante reacciones químicas que se activan con la luz, ayudando con ello a mejorar la calidad del aire que respiramos.
Estas pinturas son entre un 20 y un 25 % más caras que las tradicionales.
«Las pinturas son muy sencillas y rápidas de aplicar, tienen bajo coste y ayudan a reducir la necesidad de aparatos de climatización, que son mucho más caros y contaminantes y que enfrían el interior pero calientan el exterior, contribuyendo al efecto isla de calor», ha aseverado Gasalla, que ha recordado que en verano vestimos de blanco para tener menos calor.
Cuando se hace tratamiento de pintura, siempre se hace de blanco y para evitar el impacto visual que podría llevar a rechazar este tipo de medidas, se podría empezar por blanquear las cubiertas de edificios, donde se lograría un efecto buenísimo sin apenas impacto visual, según Gasalla.
También habría que «blanquear» aceras y asfalto. Sin lugar a dudas, el impacto térmico sería inmediato y «no creo que nadie diría que es una pena que ya no sea negro», ha añadido.

Pavimentos reflectantes: entre 10 y 12 grados menos
«Pintar de blanco o encalar, como se ha hecho tradicionalmente en la arquitectura popular del sur de Europa y del norte de África, tiene un impacto positivo en zonas con altas temperaturas tanto en el interior de la vivienda como en el exterior», ha coincidido en señalar Gorka Zubicaray, especialista en desarrollo urbano del World Resources Institute (WRI).
Tradicionalmente, el confort térmico de la vivienda se lograba mediante el espesor de los muros y el tamaño de las ventanas; y encalando el exterior de la edificación para limitar al máximo la absorción de radiación solar.
Sin embargo, extender de forma masiva pintar de blanco por la ciudad «tendría un efecto apreciable en el espacio público», ha subrayado.
A modo de ejemplo, en Phoenix, en Arizona (Estados Unidos), han logrado reducir la temperatura superficial de las carreteras hasta entre 10.5 y 12 grados Fahrenheit (unos 11/12 grados Celsius medidos al mediodía) mediante la aplicación de tratamientos reflectantes en pavimentos.
Un experiemento similar en Murcia concluyó que al exponerse a la incidencia de la radiación solar, la temperatura superficial en el pavimento reflectante es 8 o 10 ºC
inferior a la obtenida en el pavimento convencional.
En Almería, después de que agricultores blanquearan los tejados de sus invernaderos, la temperatura del aire se situó 1,6 grados por debajo de la de zonas circundantes.
«Aunque no parezca demasiado, esa diferencia de temperatura puede ser crítica a la hora de reducir las muertes por el calor extremo», ha subrayado el experto de WRI, que ha apuntado que en Los Ángeles están probando pavimentos reflectantes.

Aumentar las sombras
En su opinión, para maximizar el impacto de este tipo de medidas a escala urbana es necesario combinarlas con otras acciones como aumentar las superficies sombreadas ya desde el diseño urbano.
En este sentido, ha recordado que los cascos históricos medievales e islámicos, con sus calles estrechas con un patrón orgánico, favorecen que se genere sombra a distintas horas del día.
Para incrementar de la sombra también es fundamental el arbolado urbano y la vegetación, que además reduce la sensación de calor por el efecto de la evapotranspiración, especialmente en ambientes más secos.
También se pueden incorporar elementos vernáculos en el diseño urbano, como cuerpos de agua, fuentes u orientando las calles en la dirección de los vientos dominantes más frescos para potenciar la ventilación.

Abordar la ciudad como un todo
El Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE) cuenta con recomendaciones para enfriar viviendas y ciudades desde la arquitectura y el urbanismo y amortiguar el efecto «isla de calor», que puede incrementar las temperaturas entre 3 y 10 grados allí donde se produce.
«Combatir esta situación requiere intervenir en los espacios urbanos con medidas que van desde el uso de materiales que reflejen la luz y el calor a la instalación de pavimentos y suelos permeables y, sobre todo, la incorporación de arbolado y vegetación», ha explicado la presidenta de CSCAE, Marta Vall-llossera.
Renaturalizar estos espacios disminuye las temperaturas gracias a las sombras que proyectan y a un microclima que favorece con la evapotranspiración.
No obstante, estas intervenciones deben complementarse con otras medidas que resulten de una estrategia más general que aborde la ciudad «como un todo».
Esto significa llevar a cabo actuaciones de regeneración de barrios que persigan la ampliación de las superficies peatonales y una mejora de la movilidad urbana que reduzca los desplazamientos en vehículos al mínimo.
Por otra parte, la refrigeración de viviendas y lugares de trabajo genera una consecuencia indeseada: el calor extraído del interior se expulsa al exterior, agravando el sobrecalentamiento urbano. Este problema, según la experta, se puede mitigar mediante rehabilitaciones integrales de edificios, centradas en medidas pasivas como un mejor aislamiento.
«Es fundamental entender la ciudad, sus edificios y el entorno como un sistema interconectado donde cada decisión impacta en el conjunto», según Vall-llossera, que considera que avanzar en la electrificación de movilidad y climatización «es clave para crear entornos más saludables, amables y, en definitiva, más humanos». EFEverde
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