Marta Andrés
Lead de Compliance en Sostenibilidad en Neture Impact
El siglo XXI no se definirá únicamente por la transición energética, sino por la capacidad de las organizaciones de integrar el capital natural en su estructura financiera.
Durante años, los humedales de s’Estany des Ponts y Maristany, en el litoral mallorquín de Alcúdia, sufrieron los efectos acumulados de los vertidos y el abandono. Hoy, gracias al proyecto RestaurAlcúdia, estos espacios comienzan a recuperar su valor funcional, y la retirada de residuos junto con la mejora de la conectividad ecológica ha permitido el regreso de más de 160 especies.
Además, la recuperación de los humedales ha restablecido su capacidad de retención y drenaje del agua, reforzando la protección frente a inundaciones en un entorno de alta presión turística. Al reducir el riesgo de daños por lluvias torrenciales y mejorar la calidad paisajística, el proyecto contribuye a estabilizar el valor inmobiliario, mostrando de forma tangible cómo invertir en capital natural genera retornos económicos y revaloriza el territorio.
Este tipo de iniciativas ilustran la necesidad de reconocer la base natural de la economía. Durante las últimas décadas, la arquitectura de la sostenibilidad, como el Acuerdo de París o la Taxonomía Verde, se ha construido en torno al CO₂ como vector del cambio. Este enfoque ha permitido movilizar capital, pero también ha generado una asimetría, ya que, mientras celebramos los avances en energías renovables, la degradación de la naturaleza sigue sin contabilizarse.
La economía mundial opera bajo el supuesto implícito de que los servicios ecosistémicos son gratuitos, constantes e inagotables, cuando en realidad el 55 % del PIB global depende directamente de ellos, según Swiss Re. Ignorar esta realidad genera una brecha estructural entre la gestión empresarial y la dinámica biofísica del planeta.

En The Economics of Biodiversity, se describe esta situación como un “punto ciego” de la economía: el valor de la naturaleza queda sistemáticamente distorsionado en las transacciones ordinarias. Las empresas no pagan por acceder a los recursos naturales, pero sí pueden generar beneficios a partir de su uso. Lo que se percibe como estabilidad macroeconómica es, en muchos casos, una ficción contable.
Del riesgo a la oportunidad
La última encuesta mundial sobre percepción de riesgos globales del Foro Económico Mundial clasificó la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas como principales riesgos a diez años vista. Reconocer esta dependencia no debería generar miedo; lo que hoy se interpreta como riesgo puede convertirse, si se gestiona bien, en la mayor oportunidad económica del siglo.
Según la FAO, la pesca y la acuicultura sostienen aproximadamente 60 millones de empleos directos y 200 millones indirectos. Además, los ecosistemas terrestres aportan servicios invisibles cuyo valor económico global se estima en 125 billones de dólares al año. La polinización por insectos y aves permite que tres de cada cuatro cultivos alimenticios lleguen a nuestras mesas.
Por su parte, los ecosistemas costeros, como los manglares y arrecifes, amortiguan tormentas y reducen inundaciones. Es más, Swiss Re calcula que recuperar humedales en áreas expuestas podría suponer ahorros de más de 5.000 millones de dólares al año.
La era del capital natural como variable económica
Traducir el valor del capital natural al lenguaje financiero sigue siendo un reto. La ausencia de datos comparables y la limitada capacidad de los modelos financieros para capturar dinámicas no lineales obstaculizan su integración.

En este contexto, la Taskforce on Nature-related Financial Disclosures (TNFD) representa un hito histórico. Su propuesta de materialidad inaugura una nueva lógica de gestión en la que la naturaleza deja de ser únicamente objeto de impacto y se convierte en vector de riesgo y oportunidad.
Según la propia TNFD, más del 60 % de las empresas que incorporan el marco ya considera los riesgos vinculados a la naturaleza tan relevantes como los climáticos. Sin embargo, los niveles de financiación siguen siendo insuficientes. Tanto es así que, en la COP16, se anunció que solo se han destinado 163 millones de dólares, muy lejos de los 200.000 millones anuales estimados como necesarios para revertir la pérdida de biodiversidad antes de 2030.
Ante este escenario, las empresas están llamadas a ser agentes activos de cambio. El PNUMA calcula que invertir en la restauración de la naturaleza podría generar 32 millones de empleos a nivel mundial para 2030.
Aquellas que buscan integrar el capital natural en su estrategia pueden apoyarse en herramientas técnicas, financieras y estratégicas especializadas. Esto incluye cuantificar la exposición económica a riesgos y oportunidades mediante Sistemas de Información Geográfica y modelización financiera, elaborar estudios de impacto ambiental y estrategias de mitigación, diseñar proyectos de restauración ecológica y generar reportes alineados con la TNFD.
El capital natural es un componente activo de valor, capaz de afectar la estabilidad de los mercados con la misma magnitud que una crisis energética. Es momento de reconocer que la naturaleza no es un “recurso” al servicio de la economía, sino la condición material de su existencia.

Marta Andrés
Lead de Compliance en Sostenibilidad en Neture Impact
Creadores de Opinión Verde #CDO es un blog colectivo coordinado por Arturo Larena, director de EFEverde
Esta tribuna puede reproducirse libremente citando a sus autores y a EFEverde.
Otras tribunas de Creadores de Opinión Verde (#CDO)
Este blog de «influencers verdes» ha sido finalista en los Premios Orange de Periodismo y Sostenibilidad 2023 en la categoría de «nuevos formatos».
La entrada El futuro no será solo bajo en carbono, también dependerá de la naturaleza. Por Marta Andrés (Neture Impact) se publicó primero en EFEverde.
