Por María Gálvez del Castillo Luna
«El progreso no consiste en aniquilar hoy el ayer, sino en conservar aquella esencia del ayer que tuvo la virtud de crear ese hoy mejor». Esta reflexión de José Ortega y Gasset cobra especial relevancia en un mundo donde la biodiversidad y los ecosistemas están sometidos a una presión sin precedentes. La humanidad es parte intrínseca de la naturaleza y su degradación compromete nuestra estabilidad económica, social y ambiental.
La «antropomasa» —masa global creada por el ser humano— ya supera a la biomasa de todos los seres vivos del planeta. Se han transgredido seis de los nueve límites planetarios que garantizan la estabilidad de nuestra civilización. Mientras la demanda de energía y recursos sigue aumentando, miles de millones de personas aún no logran cubrir sus necesidades básicas. Esta disyuntiva erosiona la capacidad de la biosfera para sostener la vida y el desarrollo económico.
La biodiversidad como pilar económico
Más del 55% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial depende directamente de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos, según estimaciones del Swiss Re Institute. Sectores clave como la agricultura, la pesca, el turismo, la construcción y la industria están profundamente ligados a la estabilidad de los ecosistemas. Sin embargo, la crisis climática y de biodiversidad ha intensificado fenómenos como olas de calor, sequías y escasez de recursos naturales, generando pérdidas económicas, degradación ambiental y conflictos por la disponibilidad de recursos esenciales.
La Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad (COP16) ha supuesto un hito con la aprobación del primer plan global de financiación para la conservación de la naturaleza. La segunda parte de la COP16, celebrada en Roma en la sede de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), centró sus esfuerzos en la financiación para la implementación del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal. Este acuerdo establece 23 objetivos para 2030, entre ellos la protección del 30% de la superficie terrestre y marina y la asignación de 200.000 millones de dólares a la conservación de la biodiversidad.
Soluciones basadas en la naturaleza: captura de carbono y seguridad alimentaria
Los ecosistemas no solo proporcionan bienes esenciales como alimentos, agua y materias primas, sino que también regulan el clima y protegen contra desastres naturales. La degradación de estos sistemas compromete el bienestar humano y el equilibrio económico.
El océano y los ecosistemas costeros desempeñan un papel crucial en la regulación climática. Son el principal sumidero de carbono, sostienen más del 80% de la vida en el planeta y generan más de la mitad del oxígeno que respiramos. El carbono azul, almacenado en marismas, manglares y praderas marinas, es una solución natural para mitigar el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Estos ecosistemas capturan carbono con una eficiencia hasta 15 veces mayor que los sistemas terrestres y representan más del 55% del carbono enterrado anualmente en la biosfera. Su restauración también fortalece la seguridad alimentaria al mantener hábitats esenciales para especies de interés pesquero y agrícola. Además, las empresas pueden compensar sus emisiones de CO₂ mediante créditos de carbono vinculados a proyectos de conservación de ecosistemas costeros, integrando así la acción climática y de biodiversidad en sus estrategias corporativas.
La innovación agrícola también es clave para abordar la pérdida de biodiversidad y la crisis climática. Tecnologías emergentes, como la inteligencia artificial aplicada a la optimización de cultivos y las prácticas regenerativas, están revolucionando la producción de alimentos de manera sostenible. Estas soluciones permiten mantener la productividad en un contexto de temperaturas extremas y escasez de agua, reduciendo la huella ambiental de la agricultura y garantizando la rentabilidad empresarial y la seguridad alimentaria para una población en crecimiento.
Hacia un modelo económico regenerativo
Para garantizar un futuro verdaderamente sostenible desde el punto de vista económico, social y medioambiental, es imprescindible erradicar la visión cortoplacista y los modelos de consumo ineficientes. Superar esta mentalidad es clave para mejorar la competitividad y la resiliencia de nuestra economía. Es necesario promover procesos productivos que no solo optimicen el uso de los recursos, sino que contribuyan activamente a la regeneración de la naturaleza, minimicen la generación de residuos y transformen los desechos en nuevas materias primas.
La economía del futuro debe inspirarse en los ecosistemas naturales, donde nada se desperdicia y cada elemento cumple una función dentro del ciclo de vida. Esto implica aumentar significativamente la inversión en biodiversidad, alineando las estrategias económicas con el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal y el Acuerdo de París. La restauración de ecosistemas, la descarbonización de la economía, la economía circular y la integración de procesos productivos basados en la naturaleza deben consolidarse como los pilares de un nuevo paradigma económico.
Un futuro sostenible no es una opción, sino una necesidad inaplazable. Es el momento de redefinir la relación entre economía y naturaleza y avanzar hacia un modelo regenerativo que garantice el bienestar humano y refuerce la competitividad económica sin comprometer la estabilidad del planeta.
(*) María Gálvez del Castillo Luna. Oceanógrafa y ambientóloga. CEO de Smart Blue Lab y Embajadora del Pacto Climático Europeo
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