José Ángel Rupérez, presidente de ECODES
Existe un factor al que se alude poco y, sin embargo, ha sido clave para el progreso de la humanidad desde los orígenes de la historia. Me refiero a la capacidad de conservar o almacenar. Desde el paleolítico, previsiblemente mucho antes, no solo la capacidad de obtener alimentos, sino también la conservación y almacenamiento de los mismos, ha sido crucial para el progreso social. Es la manera de superar tiempos de escasez y, desde que la humanidad adoptó la agricultura, era imprescindible para sobrevivir a la estacionalidad de las cosechas. Las mejoras tecnológicas y técnicas en este ámbito han sido fundamentales para superar hambrunas y avanzar.
Reservas: un indicador de estabilidad alimentaria
De hecho, es tal la importancia del almacenamiento que un indicador relevante de la economía actual es la reserva anual de cereales. En este sentido, cabe recordar que la producción mundial de cereales es de alrededor de 2800 millones de toneladas, con una tendencia ligeramente creciente. Ello parece esperanzador, pero las reservas anuales se mantienen en torno al 30 % con tendencia decreciente, y eso es preocupante: las reservas son factor fundamental para dar estabilidad y seguridad al sistema alimentario.
Información, conocimiento y memoria colectiva
Pero el almacenamiento no es solo fundamental en este ámbito. Veamos un aspecto inmaterial como es la información y el conocimiento. En este campo los libros han sido, además de muchos otros atributos, la forma física más usual de conservar y almacenar conocimiento. Hitos como la imprenta o la digitalización han supuesto saltos cualitativos de tecnología que han posibilitado escalar la capacidad de almacenamiento de información y hacer viable la difusión masiva del conocimiento. La diseminación del conocimiento es proporcional a la capacidad y dimensión de almacenamiento de información disponible. En aproximadamente 100 años, la capacidad de acceso a información de las personas ha pasado de algunos kilobytes (unidad adecuada para medir la cantidad de información que contiene un libro) a algunos petabytes (unidad que es algo más de un millón de millones de veces un kilobyte, adecuada para medir la información accesible actualmente, por ejemplo, a través de Google). Así hoy día tenemos accesibilidad a conocimiento en mayor grado que nunca, todo ello gracias a la capacidad de procesamiento y almacenamiento de los dispositivos electrónicos a nuestra disposición. Actualmente los centros de datos almacenan y hacen accesible toda la información existente y se nos dice que posibilitarán el desarrollo de nuevas áreas de conocimiento como la inteligencia artificial.
Se podría mencionar, igualmente, otros casos cuyo desarrollo y diseminación están asociados a su posibilidad de almacenamiento, ya sean inmateriales, como la música, o materiales, como el agua e incluso el oro, que los bancos centrales almacenan con objetivos variados como el mantenimiento del valor en turbulencias de los mercados, la estabilidad frente a inflación, la diversificación de riesgo o como instrumento de políticas monetarias.
Almacenamiento energético: el pilar olvidado de la transición
Estamos en una necesaria transición energética desde un modelo basado fundamentalmente en combustibles fósiles a otro basado en energía eléctrica obtenida de fuentes renovables. Es un cambio trascendente, nunca antes se ha realizado e implica nuevos e inéditos aspectos a tratar en su desarrollo y gestión. Pasamos de una forma de energía tangible -como el carbón, petróleo o gas- a una intangible, como la electricidad. Ello conlleva grandes diferencias en la forma de producción, transporte, almacenamiento y uso. La producción de las fuentes renovables eléctricas es difícilmente predecible y no existe sincronía entre los momentos de producción y consumo, al igual que sucede con la estacionalidad en la producción de alimentos. Por ello, la necesaria expansión de fuentes renovables debe ir acompañada de una mayor capacidad de almacenamiento, de modo que se asegure su correcta, eficaz y segura implantación.
Hasta ahora en España se ha dado urgencia y centrado casi todos los recursos en las instalaciones de producción eólica y solar, pero se ha descuidado el almacenamiento. Ello ha limitado poder aprovechar toda la energía disponible; es decir, la eficacia del sistema y quizás la rentabilidad de las inversiones realizadas. Además, y a tenor del apagón del pasado 28 de abril, sabemos que instalaciones de almacenamiento, como centrales de bombeo o baterías, habrían mejorado la estabilidad, seguridad y controlabilidad del sistema eléctrico.
Es digno de mención el caso de California, estado de dimensiones geográficas, demográficas y de forma de producción eléctrica relativamente comparables con España y que durante años sufrió varios apagones por incremento de consumo en veranos tórridos. Con un objetivo muy ambicioso de mejora, pasó de disponer en 2018 en la red de aproximadamente 500 Megavatios de capacidad de almacenamiento en baterías a más de 13.300 Megavatios en 2024. A pesar de que el verano pasado fue igualmente tórrido, no se produjeron apagones.
La transición energética no debe retrasarse, sino acelerarse. Para descarbonizar nuestra economía y así reducir los indeseables riesgos asociados al cambio climático necesitamos muchísima más energía eléctrica renovable que sustituya el uso de combustibles fósiles. Según los científicos nos queda cada vez menos tiempo. Es urgente incorporar el almacenamiento de energía al sistema eléctrico con grandes inversiones y plazos de ejecución plurianuales. Procede, por tanto, darles prioridad agilizando su tramitación, sin reducir los requisitos legales y ambientales. Nos va mucho en ello.
José Ángel Rupérez, presidente de ECODES
Foto principal: recurso de archivo EFE/Cristóbal García
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