Giulia Forestieri
Profesora Titular del Máster Universitario en Ingeniería y Gestión Ambiental de la Universidad Internacional de Valencia – VIU
Adaptar los edificios al cambio climático
La adaptación de los edificios al verano ya no es una recomendación técnica, sino una respuesta clave ante los retos climáticos que enfrentan nuestras ciudades. El aumento de las olas de calor y el efecto isla térmica urbana están transformando la experiencia cotidiana del espacio público y del hábitat construido. En este contexto, mejorar el comportamiento térmico de los entornos urbanos no es solo deseable, sino necesario para avanzar hacia ciudades más saludables, habitables y sostenibles.
En muchas zonas del sur de Europa, el diseño de los espacios urbanos responde aún a criterios pensados para otros tiempos: calles estrechas sin vegetación, materiales que absorben calor y una escasa protección frente a la radiación solar. Este entorno incide directamente en los edificios, que en muchos casos carecen de soluciones pasivas eficaces para afrontar el sobrecalentamiento estival. Como resultado, aumenta la dependencia de la refrigeración mecánica, con consecuencias tanto energéticas como sociales.
Frente a este panorama, existen estrategias accesibles, eficaces y de rápida aplicación que pueden activarse desde la escala urbana. Incorporar sombra mediante elementos vegetales o arquitectónicos ligeros, utilizar colores claros y materiales reflectantes, o mejorar la ventilación entre espacios construidos son medidas con impacto directo en la temperatura percibida. Incluso decisiones aparentemente menores, como el acabado superficial de un pavimento, pueden marcar la diferencia: los llamados pavimentos fríos, por ejemplo, utilizan materiales de color claro o con alta capacidad de reflejar la radiación solar para reducir la acumulación de calor en la superficie.
Contribución a los ODS y beneficios globales
Estas actuaciones, además, se alinean con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por Naciones Unidas, que proponen una hoja de ruta global hacia un desarrollo más equitativo y resiliente. En particular, contribuyen al ODS 11, centrado en lograr ciudades inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, y al ODS 13, que promueve la acción urgente contra el cambio climático. Invertir en adaptación urbana no solo mejora el confort térmico, sino que también refuerza el compromiso con una transición ecológica que no deje a nadie atrás.
Conocer cómo se comporta térmicamente el espacio urbano es clave para diseñar estas intervenciones. Un ejemplo ilustrativo es el proyecto URBANHEAT-MA, financiado por la Universidad Internacional de Valencia – VIU, que midió las temperaturas en el centro histórico de Málaga durante el verano de 2024 (Forestieri et al., 2025; Jato-Espino et al., 2025). Entre los hallazgos, se observaron diferencias de hasta 5 °C entre losas de piedra caliza de distinto color en una misma calle, mostrando cómo la elección del material y su acabado influye directamente en el microclima urbano (véase Figura 1).
Más allá de los materiales, el diseño del espacio público —la orientación de las calles, la proporción de sombra, la presencia de vegetación— condiciona la temperatura ambiental y la carga térmica que reciben las fachadas. Por ello, las estrategias de mejora energética no deben abordarse únicamente desde la rehabilitación del edificio, sino como parte de una planificación urbana integral que considere el entorno como un sistema interrelacionado.
Oportunidad para una nueva agenda urbana
Las oportunidades están sobre la mesa. Adaptar las ciudades al verano implica activar múltiples escalas y disciplinas: desde normativas urbanas que promuevan soluciones climáticamente eficaces, hasta políticas de regeneración que incluyan el confort térmico como criterio esencial. Incluso en contextos con restricciones patrimoniales, existen soluciones reversibles como cubiertas ligeras, sistemas textiles de sombra o revestimientos reflectantes que pueden mejorar sustancialmente el comportamiento térmico sin alterar el carácter del lugar.
Este momento representa una ocasión clara para rediseñar nuestros entornos urbanos con criterios de adaptación climática. Contamos con herramientas, conocimiento técnico y ejemplos contrastados que demuestran que intervenir es posible. Lo que falta es integrar estas actuaciones en la agenda urbana de forma estructural, no como medidas accesorias, sino como ejes centrales del diseño y la planificación.
Porque adaptar nuestros espacios y edificios al verano no es solo una cuestión de eficiencia energética: es una inversión en salud pública, bienestar colectivo y futuro urbano.
Figura 1. Pavimento en la calle Santa María (Málaga), compuesto por losas de piedra caliza blanca, gris y negra. A la izquierda se observa la imagen real, y a la derecha las correspondientes imágenes térmicas, donde se aprecian diferencias de temperatura según el color del material: aproximadamente 30 °C en la caliza blanca, 33 °C en la gris y hasta 35 °C en la negra (Forestieri et al., 2025).
Referencias
Forestieri, G., Tomatis, F., Jato-Espino, D., & Pena Acosta, M. (2025). Thermal data from Málaga’s historical centre: Surface and air temperature measurements captured via mobile station and thermal imaging. Data in Brief, 58, 111274. https://doi.org/10.1016/j.dib.2025.111274
Jato-Espino, D., Tomatis, F., Forestieri, G., & Pena, M. (2025). Street-level surface and air temperatures in the urban center of Málaga, Spain. Urban Climate, 61, 102490. https://doi.org/10.1016/j.uclim.2025.102490
Giulia Forestieri
Profesora Titular del Máster Universitario en Ingeniería y Gestión Ambiental de la Universidad Internacional de Valencia – VIU, doctora europea en Ciencias e Ingeniería para el Medioambiente, Construcciones y Energía, e ingeniera civil especializada en edificación sostenible, eficiencia energética y materiales de construcción. Acreditada como Profesora Contratada Doctora por ANECA, cuenta con más de diez años de experiencia académica y profesional en España, Italia y Colombia. Investigadora del grupo GREENIUS – VIU.
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