• 09/12/2025 22:20

Anatomía jurídica de Wicked y la cadena de adaptaciones

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Carmen Azpeitia Grande, Responsable área Litigación y Arbitraje. AGM Abogados

Carmen Julia Azpeitia Grande

Carmen Julia Azpeitia Grande

¿Cómo se desencadenan los derechos de autor en adaptaciones literarias, teatrales y cinematográficas?

El pasado viernes 21 de noviembre se estrenó en cines Wicked: For Good, la segunda parte de la esperadísima superproducción de Universal, basada en el exitoso musical de Broadway. Más allá del fenómeno cultural, este estreno es un caso de manual para entender cómo se encadenan los derechos de autor cuando una misma historia atraviesa varios formatos: novela, musical teatral y película.

  1. Un mismo universo, varias obras protegidas

El itinerario creativo de Wicked arranca, en realidad, mucho antes de Broadway. A comienzos del siglo XX, L. Frank Baum publicó The Wonderful Wizard of Oz, novela infantil que fijó el esqueleto del universo de Oz; décadas después, en 1939, la inolvidable película El mago de Oz convirtió ese material en icono audiovisual: colores, personajes y canciones que, para varias generaciones, son “el” Oz canónico, aunque jurídicamente constituyan una obra distinta y autónoma sobre la novela original.

En 1995, Gregory Maguire dio una vuelta de tuerca a ese imaginario con Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West, una novela adulta que funciona a la vez como relectura y como precuela: no solo cuenta la historia desde el punto de vista de Elphaba, la “bruja mala”, sino que la acompaña desde su juventud, la sitúa como estudiante en la universidad de Shiz junto a Glinda y otras brujas, y construye un Oz politizado, con conflictos sociales y matices morales muy alejados del cuento original. Sobre esa novela se apoyaron Stephen Schwartz y Winnie Holzman para crear, en 2003, el musical Wicked, que a su vez adapta y estiliza ese material en clave dramático-musical, añadiendo nuevas canciones, diálogos y estructuras que se convertirán, años después, en la base de la actual saga cinematográfica.

La película que estos días abarrota las salas de cine no adapta directamente la novela de Maguire ni “rehace” el clásico “Oz”, sino que toma como punto de partida el musical de Broadway de 2003. Es sobre ese eslabón intermedio entre la literatura y el cine donde se organiza, en última instancia, la cadena de derechos que sostiene la explotación de Wicked en la gran pantalla.

  1. De la novela al musical y del musical al cine: la cadena de obras derivadas

El salto de la novela a los escenarios es, jurídicamente, el momento en que Wicked se convierte en una obra derivada en sentido estricto. El titular de los derechos de la novela de Maguire autoriza a un productor a transformarla en musical, y es en esa licencia donde se decide qué puede hacerse (adaptar, representar, grabar, girar) y en qué condiciones. Sin ese consentimiento, el musical sencillamente no podría existir.

A partir de ahí nace una nueva capa de derechos: Schwartz y Holzman pasan a tener, a todos los efectos, la condición legal de autores de la obra dramático-musical -música, letras, libreto- y el productor teatral tiene sus propios derechos sobre el montaje. La novela sigue siendo la obra originaria; el musical, la obra derivada que incorpora aportaciones creativas propias, pero que nunca deja de descansar sobre la autorización literaria que le dio vida.

El salto de la historia de Wicked al cine de la mano de Universal ya no se apoya en la novela, sino en el musical de Broadway. La película necesita el visto bueno de los autores del musical (por las canciones y el libreto) y, a la vez, arrastra la dependencia respecto de la novela de Maguire, porque buena parte de ese material adaptado sigue ahí, filtrado por la partitura y el guion teatrales. La cadena de derechos se estira, pero no se rompe: simplemente suma un eslabón más.

En la práctica, esto obliga a depurar tres frentes, desde el punto de vista de los derechos de propiedad intelectual: los derechos del autor del musical, el alcance real de la licencia concedida sobre la novela y los derechos “colaterales” que se quieran reutilizar (coreografías, diseños, grabaciones previas…).

En proyectos como Wicked esto suele solucionarse concentrando todo bajo el paraguas de un mismo grupo productor, pero la lección es exportable a cualquier proyecto: si una película adapta un musical que, a su vez, ya adaptaba una novela, cada una de esas “baldosas amarillas” tiene su propia voz -y su propio precio- en la negociación.

Desde fuera, podría parecer que el musical ya es una “obra nueva” que el productor puede licenciar en bloque, pero, jurídicamente, hay matices: puede considerarse una obra nueva en cuanto a sus canciones, diálogos y estructura, pero sigue siendo una obra derivada que descansa sobre la novela. Mientras conserve elementos reconocibles del libro, cualquier explotación relevante -incluida la película- dependerá de que la licencia literaria sea lo bastante amplia -en medios de explotación, territorios y plazos- pues, de no ser así, la mejor idea creativa puede quedarse sin película por una simple “baldosa” suelta en este camino de derechos.

  1. El factor dominio público: el “Efecto OZ”

En Wicked hay, además, un giro interesante al intervenir el concepto de “Dominio público”. La novela original de L. Frank Baum ya es, en muchas jurisdicciones, de libre uso, al haber entrado en el dominio público cultural por el paso del tiempo: cualquiera puede recuperar el mito de Oz, sus personajes básicos y la premisa de la “bruja mala del Oeste” sin pedir permiso a sus -en teoría- titulares. Lo que no está libre, sin embargo, son las capas creativas que se añadieron después: la mítica película de 1939 con Judy Garland, sus diseños, su iconografía y muchos de sus elementos visuales siguen protegidos durante los plazos de copyright correspondientes.

Eso obliga a que obras contemporáneas -como es el caso del Wicked de Cynthia y Ariana- se desenvuelvan con mucha precaución; podrán apoyarse en el tronco literario del dominio público, pero deben evitar reproducir de forma demasiado mimética rasgos nacidos en adaptaciones posteriores aún protegidas, si no cuentan con licencia suficiente para ello.

El inmortal universo de Oz es, pues, un universo libre a día de hoy; sobre él se han ido superponiendo, sin embargo, sucesivas “pieles” creativas -novela derivada, musical, película- que reabren la necesaria protección de derechos y condicionan cómo puede seguir explotándose la historia más de un siglo después.

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Artículo de Redacción publicado en https://www.lawyerpress.com/2025/12/03/anatomia-juridica-de-wicked-y-la-cadena-de-adaptaciones/