Hay verdades que sólo se revelan cuando el lenguaje, despojado de su pereza cotidiana, se atreve a nombrar el mal con precisión quirúrgica y con temblor moral; porque confundir las palabras no es un error inocente, sino una forma larvada de absolución. Hay que reconocerlo —y reconocerlo ya es un primer acto de higiene intelectual—: […]