Escribe: David Martín, Co-Head Iberia y responsable de la estrategia de Private Equity y Agricultura Regenerativa en Tikehau Capital
Tras la Segunda Guerra Mundial, el desafío de alimentar a una población global marcada por la escasez impulsó un cambio radical en el modelo agrícola. La industrialización del campo trajo consigo un aumento significativo de los rendimientos mediante la creación de grandes explotaciones y el uso intensivo de agua y productos químicos. Sin embargo, este progreso productivo ha tenido un costo elevado: en 2023, el 40% de las tierras agrícolas del planeta ya presentaban signos de degradación.
La agricultura, hoy uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero, ha transformado los suelos —históricamente el mayor sumidero de carbono del planeta— en territorios erosionados y agotados. El modelo intensivo, orientado exclusivamente al rendimiento desde los años sesenta, ha empobrecido la tierra, contaminado los recursos hídricos y erosionado la biodiversidad. A ello se suma el fuerte endeudamiento de los agricultores, obligados a sostener esta lógica mediante inversiones constantes en maquinaria, insumos químicos y semillas. Paradójicamente, el 95% de los alimentos que nutren al mundo aún dependen de ese suelo que hoy se encuentra al límite.
Para 2050, se prevé que el 70% de la población mundial viva en ciudades, que ocupan tan solo el 1% de la superficie habitable del planeta. Mientras tanto, más del 50% de ese territorio se dedica a la producción agrícola, de la cual un 80% se destina a la obtención de carne —directamente o mediante cultivos para alimentar ganado—, cuyo consumo se concentra, paradójicamente, en los entornos urbanos.
Estas pocas cifras bastan para evidenciar la magnitud del problema: un modelo productivo intensivo y territorialmente ineficiente que trata de alimentar a una población urbana en rápido crecimiento, a costa de un uso desproporcionado del suelo. El resultado es un sistema que no solo desequilibra el reparto de recursos, sino que además genera enormes costes sanitarios derivados del consumo excesivo de carne -según la Organización Mundial de la Salud-, con consecuencias directas sobre enfermedades como el cáncer, la diabetes, las patologías cardiovasculares y la obesidad.
Durante milenios, los agricultores han cultivado una amplia variedad de especies, pero las políticas de rentabilidad actuales limitan esa diversidad a las opciones más eficientes. La simplificación del ecosistema empobrece el suelo y, con el tiempo, compromete su capacidad productiva. El uso de pesticidas y maquinaria agrícola sofisticada permite sostener ciertos niveles de producción, pero la degradación progresiva del terreno cuestiona este modelo. Desde principios del siglo XXI, diversas investigaciones han demostrado que, cuanto mayor es la diversidad en un ecosistema, mayor es la productividad específica, la estabilidad de la comunidad ecológica y la calidad del sustrato. A largo plazo, una menor capacidad de cultivo o una creciente dependencia de recursos como el agua y los agroquímicos para mantener niveles similares de cosecha podrían desembocar en una crisis alimentaria en las zonas urbanas.
Algunas prácticas agrícolas han contribuido de forma directa al deterioro del suelo. El arado, aunque útil para controlar malas hierbas, incrementa su porosidad y facilita la liberación de CO₂. Desde 1950, los suelos agrícolas han perdido la mitad de su materia orgánica, mientras que los fertilizantes minerales agravan la contaminación y acaban en zonas costeras, generando mareas tóxicas. Pero no es la agricultura en sí lo que destruye el suelo, sino su creciente artificialización: desde 1970, el 10% de las tierras agrícolas utilizables se han perdido bajo cemento y asfalto por la expansión urbana.
Desde hace algunos años, grandes grupos agroalimentarios y textiles han apostado por la evolución del modelo agrícola hacia un sistema más sostenible, utilizando la agricultura regenerativa basada en la restauración de la vitalidad de los terrenos y el uso racional del agua y los productos químicos. Este nuevo modelo reduce la dependencia hídrica, disminuye las compras de productos químicos y de maquinaria agrícola y reduce los costes sanitarios públicos. Los ecosistemas naturales regenerados son menos vulnerables a la variabilidad climática y el progreso social se ve respaldado por el retorno de la economía circular y la solidaridad local.
La agricultura regenerativa sustituye pesticidas, insecticidas y herbicidas por soluciones de biocontrol. Innova al reintegrar la ganadería para transformar la biomasa producida por la fotosíntesis en materia orgánica que alimente el suelo. La agricultura moderna ha separado al animal del campo, confinándolo en establos, mientras que la agricultura regenerativa da la espalda a la hiperespecialización y promueve la diversidad. Al recrear ecosistemas naturales —con animales y setos que ofrecen refugio a la biodiversidad y protegen los cultivos—, fomenta la resiliencia. Gracias a la cobertura permanente del terreno, esta práctica mejora el secuestro de carbono: la agricultura de conservación del suelo puede capturar hasta un 20% más que la agricultura convencional. Se estima que un aumento anual del 0,4% en el carbono del suelo bastaría para compensar el crecimiento de las emisiones globales de CO₂.
El suelo regula las inundaciones y el clima, y sirve de hábitat para multitud de organismos. Alrededor del 25% de la biodiversidad mundial reside en él. La agricultura regenerativa es un sistema de principios y prácticas que busca rehabilitar y mejorar todo el ecosistema desde el punto de vista de la sostenibilidad, incluyendo la mejora de la salud humana y la prosperidad económica. Es una forma de agricultura que promueve un ecosistema equilibrado en el que los ciclos de la naturaleza funcionan de manera conjunta y holística.
Si un tercio de la producción agrícola mundial no se consume, las dietas siguen centradas en la carne y los alimentos regenerativos —aunque de menor volumen y contenido hídrico— ofrecen mayor valor nutricional que los intensivos, ¿podría este modelo alimentar a 10.000 millones de personas? La invita lógica a pensar que sí. Por eso, debemos impulsar la transformación del sistema agroalimentario europeo a través de inversiones en agricultura regenerativa, apoyando a empresas que optimizan el uso del suelo, reducen las emisiones y refuerzan la sostenibilidad desde el origen.
David Martín, Co-Head Iberia y responsable de la estrategia de Private Equity y Agricultura Regenerativa en Tikehau Capital
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